“Borges encontró su destino sudamericano”
Las impecables e interesantes palabras de Virginia Feinmann en el acto de presentación de “Nueve versiones de Borges”
Nueve versiones de Borges, este libro de Ignacio Molina editado por Gárgola, es una invitación. Más allá de que los cuentos que lo componen son de Molina y se sostienen en sí mismos, resulta muy placentero ir a Borges y comparar a cada cuento con el cuento en el que está inspirado. Hay muchas entradas posibles en este libro: una es la de leer el original y ver qué hizo Ignacio y después quizás volver al original también. Eso produce un efecto de mucha sorpresa y mucha diversión.
También es interesante encontrar frases que ya conocemos. En “La memoria de Borges”, por ejemplo, aparecen esas palabras obscenas, precisas, que Beatriz Viterbo le dedica en sus cartas a Carlos Argentino Daneri, que también son mencionadas en otro cuento de este libro, como al pasar. “El Aleph” no está reversionado por Molina, pero sí salpicado a lo largo de todo el libro. Y en “La memoria de Borges”, aquellas palabras de Viterbo forman parte de un mejor final que el que tiene “La memoria de Shakespeare” de Borges. Ese cuento también me generó algo de risa; si en el relato original el narrador dice que “para sentir que estábamos en Inglaterra (donde ya estábamos), apuramos en rituales jarros de peltre cerveza tibia y negra”; en la reversión de Molina se lee que “para sentirme en Rosario (donde ya estaba) pedí un carlito".
Hay otra frase muy conocida con la que me topé varias veces: “Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta…”. Encontrarla genera un sacudón. O la expresión “cognac del país”. En “El Aleph” el alter ego de Borges va a visitar al padre y al primo de Viterbo y una noche para hacerse invitar un poco más de tiempo lleva un alfajor santafecino y “un cognac del país”. Y en “El sol anaranjado”, un cuento de Ignacio con otro estilo, aparece un “cognac del país”. Y la sensación que genera es particular. Se van encontrando frases o expresiones conocidas, discutidas, admiradas o no: la débil magia, la unánime noche. Y también esa forma de adjetivar de Borges, siempre antes del sustantivo, esa forma tan del inglés, tan de la poesía, que, por ejemplo, mi papá detestaba. La otra tarde encontré en los libros de Borges que tenía mi papá marcas con muchas críticas, como por ejemplo sobre la costumbre de poner el adjetivo antes del sustantivo, hacerlo anglo, hacerlo tan formal y anticuado, y que de alguna manera es todo un estilo que Ignacio replica en este libro. También hay otras facetas de Borges que son la cuántica, la literatura fantástica, los temas del doble y de la identidad, que también están en el libro, pero quiero centrarme en algo que podamos abarcar.
Algo lindo e interesante de Nueve versiones de Borges es que pide un lector quizás muchísimo más activo que el que normalmente un libro pide, es un libro-propuesta desde la estructura y desde la dinámica que va a adoptar quien lee, hasta desde lo corporal: hay que ir a buscar otro. Hay un cuento que mezcla dos clásicos: “Casa Tomada” de Julio Cortázar y “La intrusa” de Borges. Y en relación a Cortázar, me parece que hay algo de lo que él había pedido para el lector de Rayuela: que se implique directamente en la acción que va a tomar para leer ese libro. Entonces estos de Molina son nueve cuentos que valen la pena y que están bárbaros, y también son invitaciones a expandirse en 3D, son una posibilidad de ir, volver a la biblioteca, leer otros libros, leer a Cortázar, volver a Borges, volver a leer, son cuentos que proponen, que no solo conforman un libro: son un crecimiento. Al leerlo pasé una semana en un universo en el que me encontré volviendo a las obras completas de Borges que me había regalado mi papá, esa edición de Emecé, con las fotos de Borges joven, de mediana edad, más viejo, marcadas por él, recuperando cosas, volviendo a Cortázar, divirtiéndome, y estuve como en una burbuja de felicidad, en un mundo en que debiéramos poder recordar más seguido que tenemos ese espacio, sobre todo ahora, sobre todo en este momento: a mí me salvó de una semana de estar en una desesperación de no saber qué vamos a hacer como país y de pronto poder entrar al libro y decir "bueno está esto, este mundo interno, está el universo del pensamiento, del disfrute”. El libro me endulzó los días, me llenó de la esperanza de un espacio interior o compartido que nadie nos va a poder sacar.
En “Las Pirañas”, entonces, “Casa tomada” se transforma en “La Intrusa” como si hubieran sido hechos para combinarse. Empieza pareciéndose a “Casa tomada” (“Irene y Cristian habían llegado a esa etapa de sus vidas con la inesperada idea de que el suyo, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era la necesaria clausura de la genealogía asentada por sus bisabuelos…”) hasta que aparece esa frase buenísima de “La intrusa”: “…y esa persistencia ayuda a comprender lo unidos que eran, discutir con uno de ellos era ganarse dos enemigos”. Parecería que esos cuentos hubieran estado siempre destinados a mezclarse; ahí operó una magia de pasaje muy hermosa, además de todo lo que sucede después, que también sorprende.
En general se dan muchas claves para entrar al universo de Borges, hay diferentes líneas de lectura. Es muy conocida la de Piglia, la que se refiere a los dos linajes: la biblioteca por un lado y la acción, la violencia y el combate por el otro: está el abuelo ese de Borges, que tenía un vínculo con la Biblia, la lectura, la lectura en lengua inglesa, y el otro abuelo que murió peleando en las luchas de la independencia de la Argentina, que iba a la carga, que era un valiente. Entonces el combate, la violencia y la lectura, la acción y la reflexión, la civilización frente a la barbarie marcan toda la obra. Y después está el reproche que a veces se le hace o que es una característica de Borges: la universalidad en su literatura, como si fuera un compendio de la literatura universal, las citas son en francés, en alemán, de textos árabes, textos hebraicos, y no hay argentinidad o no es un escritor popular, o que sí la hay pero que es una argentinidad del siglo XIX, como que la argentinidad de Borges es la de los gauchos, la de los cuchilleros, la del tango, a lo mejor en sus ensayos primeros sobre el tango, pero hay todo un siglo XX que él no ve, que no refleja, no solo que no ve porque es ciego sino porque no lo quiere reflejar: los medios de transporte, los migrantes internos, el cabecita, la industrialización durante el peronismo, la conformación de los cordones del conurbano. Para Borges están la ciudad y de pronto la llanura. Entonces Molina hace otra cosa con esos linajes tan marcados, con ese espacio intersticial, donde la ciudad de pronto pasa a ser un campo donde el conflicto no es el conflicto político, donde no está el mundo del trabajo, donde no está la industrialización, y donde leemos a un Borges no argentino, en el sentido de que todas sus referencias son tan universales.
A “El milagro secreto”, el cuento de Borges en el que el escritor checo-judío secuestrado por el nazismo está por ser fusilado y de pronto el tiempo y “el plomo alemán” se congelan para que él pueda seguir imaginando su obra maestra, Ignacio lo toma y lo titula “El milagro atroz”. El original es un cuento donde solo está la biblioteca, es una pura especulación mental de cómo escribir mentalmente y de cómo terminar una obra dramática en tres actos. Sin embargo, a este hombre lo había secuestrado el régimen nazi y eso no está afectivizado en el cuento, Borges toma eso como un dato absolutamente general, es el cuento del linaje de la biblioteca: lo único que importa ahí es si me voy a consagrar en la literatura o no. No sentimos los lectores el dramatismo del nazismo, no sentimos el crimen, no sentimos el dolor. Incluso el hombre al que van a fusilar siente angustia por sus captores porque también están inmovilizados, quiere comunicarse con ellos, hay una cosa que no se problematiza y es como si no importara que esta es una víctima del Holocausto. Molina, para “El milagro atroz”, construyó a un detenido desaparecido de la dictadura militar, que es un escritor muy distinto al del cuento original, es un escritor sin pretensiones de fama, es un profesor, es un personaje con mucha envergadura que mientras es llevado en el baúl de un auto hacia el centro clandestino de detención trata de pellizcarse un brazo para comprobar que no está dentro de una pesadilla y eso lo lleva a recordar una historia de su infancia en la que le había pedido a su papá que adoptara una gatita siamesa y cuando se la trajeron acarició su pelo muy suave y creyó que estaba soñando. Durante el cautiverio, este hombre del cuento de Ignacio se pregunta de qué sirve la literatura frente a los gritos de una mujer en una sala de torturas. En esos gritos cree reconocer los gritos de una alumna a la que él le dio clases y de algún modo se culpa, cree reconocer la voz de una novia, de una amiga; hay otros, hay otras. El protagonista escucha que alguien, antes de ser fusilado, grita “patria o muerte, venceremos” y describe eso con un parafraseo de Borges: “era un grito de despedida y una afrenta”, y agrega: “y también era una manera de hermanarse con el compañero que lo había gritado antes”. Y cuando este personaje sueña que Dios le va a conceder el deseo que le diga, él, aunque no cree en Dios, pide un año más para escribir mentalmente su último relato. Y se trata de un relato muy tierno que no tiene nada que ver con la idea de la consagración, simplemente quiere completar un texto a partir de la imagen de él mismo de chico saliendo del mar con la que estaba soñando cuando lo secuestraron. En ese relato están su abuela y su mamá charlando bajo una sombrilla de colores en una playa desierta, ellas lo llaman para ofrecerle unas galletitas y un bidón de jugo, está el olor a pañales en el departamento de su prima que fue mamá muy joven, los tangos que tarareaba su abuelo junto al tocadiscos, la extrañeza de la primera piel que apareció debajo de una remera y el gusto a chicle y gaseosa del primer beso que dio en una fiesta. Todas impresiones que nos hace empatizar y nos conmueven. Vale decir que Ignacio hace que esa biblioteca se humanice y se sitúe sobre todo en la Argentina y en una Argentina que Borges jamás hubiera mencionado aunque haya sido contemporáneo a ella: la de un secuestrado por la dictadura militar.
Y en el otro tópico, el de la universalidad en Borges, Molina nos da en su libro un corte totalmente nac and pop en los detalles con los que él va reemplazando. Las estructuras y las frases son borgianas, pero de pronto aparecen objetos que son bien nuestros, bien de acá. Me hizo acordar a “Pierre Menard, autor del Quijote”, que es un cuento muy bueno, el primero con el que Borges se larga quizás al profesionalismo, a decir “acá escribo, acá deslumbro”, que es una tesis sobre la lectura también. Y Pierre Menard escribe el Quijote y de algún modo plantea un lector diferente, lo mismo que hace Ignacio. Este ejercicio está hecho desde hace mucho y Molina se incluye también en ese linaje de quienes reescriben, pero con esa reescritura piden un lector distinto. En el texto de Borges se dice que “Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas. Esa técnica puebla de aventura los libros más calmosos”. Estos anacronismos y cruces que hace Ignacio le agregan a Borges una dosis de aventura, de entusiasmo, de efecto cómico y de efecto argento.
Mi tesis es que con este libro de Ignacio Molina, Borges encontró su destino sudamericano. En “La memoria de Borges”, por ejemplo, al narrador los organizadores del festival de literatura de Rosario le dan unos vales para ir a comer. Eso me dio mucha risa (podría haber dicho unos vouchers, para estar más a tono). Además este “nuevo Borges” que es Molina no es un perdedor amoroso, no le sacan a la mujer, no le pasa lo que le pasaba con Beatriz Viterbo y esa cosa melindrosa de amante medio castrado que tiene Borges, sino que él le saca la novia a otro escritor. Yo veo eso como muy argento, muy popular, y en la pelea cuerpo a cuerpo “no se llevó la peor parte”, cosa que a Borges le hubiera pasado. Lo que en Borges era ajedrez, acá es un partido de TEG. El escritor secuestrado por la dictadura había escrito una crónica sobre la masacre de Ezeiza, cosa que Borges jamás hubiera hecho. Borges nos entrega un sur de estancias aristocráticas, e Ignacio un oeste del conurbano de clase trabajadora. El protagonista de “El oeste” es Da Costa, un mulato, descendiente de africanos, que trabaja de mozo en Puerto Madero y que se agarra a botellazos en la última estación del tren Sarmiento; su novia, Beatriz, es una chica de Banfield que trabaja en un banco; está el mundo del trabajo, está el mundo del conurbano, Gerardo Da Costa, dice Molina, "notó como el sol empezaba a esconderse en el horizonte del conurbano". No es la llanura. Y finalmente en “El milagro secreto”, Borges cuenta que cuando iban a fusilar al protagonista los nazis temieron que manchara la pared de sangre, entonces le pidieron que se alejara y que eso le hizo acordar a él a los preparativos de los fotógrafos antes de sacar una foto, en cambio en “El milagro atroz”, que me gusta mucho, eso le recuerda al protagonista a los preparativos de los jugadores de fútbol antes de patear un penal, y ahí yo dije "gracias" porque la verdad es que encontrar reversionada esa frase de Borges hablando de fútbol y que pudiera armarse una metáfora sobre unos jugadores antes de patear un penal, me hizo sentir el placer de leer a este Borges bien de acá. Y por eso para cerrar mi hipótesis final quiero recordar el “Poema conjetural” de Borges, en donde describe a su antepasado Francisco Laprida que en vez de morir una muerte culta, una muerte aséptica, una muerte civilizada, es asesinado por los montoneros de Aldao, por un íntimo cuchillo; no es una muerte lejana, técnica, con un arma de lejos, sino con un arma íntima, que lo acuchilla. Unos fragmentos del poema:
El doctor Francisco Laprida, asesinado el día 22 de setiembre de 1829 por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir:
(…)
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.
(…)
Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
(…)
Hay un placer ahí de pertenecer también a esta genealogía bien de acá y entonces, por la inclusión del fútbol, por el carlito, por el desaparecido de la dictadura militar y por todo lo que he mencionado, festejo que, gracias a este libro de Ignacio Molina, Borges haya encontrado finalmente su destino sudamericano.
Soy Ignacio Molina. Escribo y doy talleres literarios, entre otras cosas. Me podés encontrar en Instagram: @ignacio._molina, y en Facebook con mi nombre. Mis últimos libros fueron publicados por @falsotrebol_ed.
Podés conseguir Nueve versiones de Borges en el libro en las librerías Cúspide, entre otras, en la web de la editorial, clickeando acá, o preguntándome a mí.
¡Gracias!