El amor después del amor
En esta edición de Sinestesia Salvaje, el aniversario redondo del último gran disco de Fito Páez como plataforma y excusa para escribir sobre algunas otras cosas.
En 1992, mi primer año en Buenos Aires, y poco después de la salida del disco, Fito Páez presentó “El amor después del amor” en diez funciones en el teatro Gran Rex. Con mi hermano fuimos a la anteúltima: lo sé porque recuerdo que antes de una canción Fito señaló a una chica rubia de la primera fila y le dijo “¡esta es para vos que viniste a las nueve funciones!”. Nosotros estábamos allá arriba, en las butacas más baratas y alejadas del escenario. Yo tenía quince años y mi hermano veinte. Me acuerdo de otras dos cosas: Fito cantando a capela (sin instrumentos y sin micrófono) y en cueros una vibrante versión de “Yo vengo a ofrecer mi corazón”; y, en “Fue amor”, a Fito cambiando el “enredados en los cables de ENTEL / de algún sueño vamos a salir” por “enredados en los cables de ENTEL / María Julia vamos a salir”. (Para lxs jóvenes: María Julia Alsogaray era una liberal de la UCD devenida menemista que era o había sido interventora de ENTEL, la empresa de teléfonos del Estado antes de ser privatizada.) Al escribir esto me acordé de que mientras Fito cantaba a capela un nene se puso a lloriquear y alguien susurró a los gritos: “¡mátenlo!”
Durante mucho tiempo creí que Fito había vivido en la primera cuadra de Luis María Campos y cada vez que entraba en esa avenida pensaba automáticamente en él. ¿Por qué? Porque una vez, unos meses después de aquel Gran Rex, viajaba en uno de los tantos bondis que entran a Belgrano por esa arteria y vi, en uno de los paredones del Regimiento Patricios, una pintada en letras blancas: Feliz cumple Fito. La rubia de los diez Gran Rex.
Durante unas vacaciones de invierno del 90 o del 91 mi hermana Flo (que ya vivía en Buenos Aires porque estudiaba psicología en la UBA) me hizo una suerte de tour por la ciudad. Recuerdo que una vez me llevó a un Macdonalds (en Bahía no existían) de la avenida Santa Fe y pedimos dos hamburguesas con queso sin bebida (se ve que ese día su presupuesto de estudiante no daba para más y que a mí no me habían habilitado ni un austral) y que otro día me llevó a La Paz de Corrientes, el bar donde vendían flores los protagonistas de “11 y 6” de Fito. Eso, la canción, era lo que ameritaba la visita a La Paz. Por suerte esa tarde estábamos con más plata y tomamos Coca Cola. La servilleta con el logo del mítico bar que me llevé ese día todavía debe estar adentro de algún libro de mi biblioteca.
Me sumo de esta manera a la fiebre por los treinta años de “El amor después del amor” pero no soy de los que piensan que ese es el gran disco de Fito. Para mí “El amor...” es el último gran disco de Fito: ahí termina la seguidilla que empezó con “Del 63” y que siguió con todos los discazos de los años 80 y que tiene su punto más alto en la obra maestra titulada “Tercer Mundo”.
Fito grabó su primer disco a los veinte años. Para “El amor...” ya era un músico recontra experimentado ¡de treinta años!: ya había grabado los mejores discos de su obra, ¡y un disco a dúo con Spinetta! Una locura.
En 1992 cursé tercero de la secundaria en el colegio Lasalle, un antro de profesores fachistas y alumnos caretas y desagradables. Un año espantoso en los que mis mayores compañías eran la radio y la música (todavía no había descubierto del todo la lectura). Ese año salieron tres discos de mis bandas favoritas de ese momento: “El León”, de los Fabulosos Cadillacs, “Angeles caídos” de Attaque 77 y “Big Yuyo” de Los Pericos.
En 1993 me cambié de colegio y conocí a los que serían mis primeros amigos porteños (sobre eso escribí en la edición dedicada a Maxi). Una de mis nuevas compañeras había sido fanática, muy fanática, de Fito Páez hasta unos meses antes. Ahora estaba en una dura transición a dejar de serlo: decía que Fito se había vendido, no se bancaba que ahora le gustara a cualquiera, etc. Se llamaba Vicky, era rubia, y entre los pergaminos de su fanatismo figuraba haber ido a las diez funciones... ¡sí, mi nueva compañera era “la rubia de los diez Gran Rex”!
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Uno o dos años después Fito publicó una canción llamada “Dar es dar”. Después grabó una versión en inglés a la que tituló “Dark is dark”. Vicky se puso a llorar (y no de la emoción) cuando la escuchó.
El profe de literatura del nuevo colegio (que también es un escritor al que unos años más tarde le mostré mis primeros cuentos) decía que ya al ver la tapa de “El amor después del amor” (con un Fito muy producido y más parecido a Diego Torres que al Fito rockero de los 80) se había dado cuenta de que no iba a gustarle tanto el disco. Y que después, cuando escuchó las canciones, le molestó que todas le agradaran a la primera escucha. Y que ese dato, que todas las canciones le agradaran a la primera escucha, corroboraba la presunción de que el disco no iba a parecerle tan valioso. Vicky, en retrospectiva, estuvo de acuerdo.
En séptimo grado, cuando empecé a escuchar música, grabé en un TDK varias canciones de Fito que pasaban en la radio. Una de las que más me gustaba era “Polaroid de locura ordinaria”. Alguna vez, calculo que en el 91, escuché que “Polaroid...” estaba inspirada en un cuento de Charles Bukowsky. En el verano del 95 mi hermano llevó un Cuentos completos de Bukowsky a unas vacaciones familiares y yo, buscando ese cuento, empecé a leerlo, primero con curiosidad y enseguida con entusiasmo. Después de ese verano no me desprendí más de la lectura, primero como pasatiempo, después como hábito y más tarde como forma e incluso como medio de vida. ¿Y si Fito fue el culpable de todo?
Pocas veces vi a Fito en vivo: en diciembre del 91 en el estadio Osvaldo Casanova de Bahía; la segunda fue la del Gran Rex; la tercera y última fue en los festejos del Bicentenario, en mayo del 2010, en la Nueve de Julio. A esa fui con una amiga de aquel momento; en el medio del recital nos dio hambre y yo caminé un par de cuadras hasta Guerrín, volví con una caja de empanadas fritas, volví a encontrar a mi amiga y comimos entre la multitud. Fito estaba todo vestido de blanco y debe haber sido el recital con más gente de su vida: mi impresión era que la marea humana llegaba hasta Constitución. Nosotrxs estábamos a una cuadra y media del escenario, que estaba de espaldas al Obelisco. Al final de la jornada Fito dirigió la batuta en el Himno Nacional, cantado por otros músicos, artistas y algunos funcionarios. En el “Sean eternos los laureles...”, recuerdo los puños cerrados y los dedos en v levantados contra el cielo estrellado y cruzado por fuegos artificiales. Ah, aquellos años maravillosos.
Hace un par de años me enteré de que la sala de ensayo de Fito de los años ochenta estaba en Caballito, en una cortada de una extensión de sólo una cuadra llamada “La mar”. La casa de mi mujer de ese momento le daba la espalda a esa cortada. Varias veces recorrí la cuadra tratando de ubicar los vestigios de aquella sala de ensayo pero nunca encontré nada.
Durante un verano, a mis doce o trece, tuve una conexión casi mística con una canción de Fito titulada “DLG” (el nombre, misterioso, hacía alusión, me enteré después, a una utópica revolución De Los Grones soñada por Fito). La canción está en el disco “Giros” y me erizó la piel la primera vez que la escuché.
Fito publicó dos novelas: La puta diabla y Los años de Kirchner. Leí la primera y lamentablemente me llevé una fuerte decepción. Recuerdo que me pregunté algo así como ¿cómo puede ser que alguien tan genio para la música e incluso para las letras escriba narrativa de esta manera? Pensándolo ahora, creo que la experiencia fue reveladora: los genios en realidad son personas de carne y hueso. Eso, lejos de rebajarlos, agranda sus méritos: ese tipo no es un genio salido de una lámpara por arte de magia; es una persona como cualquier otra con un talento descomunal en aquello que hace como casi nadie en el mundo.
De Los años de Kirchner sólo escuché que está basada en su amorío con Julia Mengolini. Otra obra basada en esa relación fue la canción del 2014 titulada “Rock and roll Revolution”, acaso el peor tema de Fito en su versión más Pomelo y cuya letra no voy a reproducir acá porque, como dicen los chicos de ahora, da cringe. “Mierda que quedaste despechado”, le respondió Julia por twitter. Fito sufre por amor, hace papelones públicos durante el duelo y da cringe; Fito es de carne y hueso, como todos nosotros.
Al principio de la cuarentena recordé mi primer recital de Fito y escribí esto en mi Facebook: A fines de 1991 fui a mis dos primeros recitales “de músicos de Buenos Aires”: Attaque 77 y Fito Páez. Ambos fueron en el Osvaldo Casanova (el estadio de básquet del club Estudiantes) y a ambos fui con Diego, mi mejor amigo de aquel último año de mi vida en Bahía Blanca. Diego era de Sierra de la Ventana y se había mudado a la casa de su abuela para hacer la secundaria en Bahía. La abuela era profesora de música y me había dado unas clases de guitarra en la cocina y con Diego formamos un dúo que hacía covers de Attaque 77, banda que habíamos descubierto el verano anterior en Sierra a través del amigo porteño de un amigo bahiense que había llevado casetes. Meses después de eso Attaque había llegado a la fama masiva porque Mario Pergolini usaba una canción suya como leitmotiv de su programa de los domingos que competía con el de Tinelli. Nosotros nos considerábamos “de la primera época” (en la vida de alguien de catorce o quince años algunos meses son un montón de tiempo) y nos enojábamos con los que ahora se hacían los fanáticos. El dúo tuvo dos nombres: “Control Sanitario” y “Los Platelmintos de agua sucia” (al “agua salada” que habíamos visto en un manual de biología la ensuciamos para darle un toque más punk), y a veces convocábamos a un cantante invitado, un pibe del barrio, al que se le marcaban mucho las venas del cuello cuando gritaba las letras. Cuando nos enteramos de que Attaque iba a tocar en Bahía nos emocionamos y enseguida pedimos plata para sacar las entradas. Fito Páez también nos gustaba (yo había escuchado bastante, el año anterior, el disco Tercer Mundo) pero en ese momento estábamos tomados por la energía adolescente del punk rock. Los recitales fueron con una semana de diferencia. Primero fue el de Attaque, al que fuimos creyendo que Estudiantes estaría lleno pero nos encontramos con que no había más de doscientas personas (perdidas en un estadio para seis mil). Entramos muy excitados pero enseguida nos fuimos desinflando. Las canciones sonaban muy diferentes a los casetes: demasiado rápidas, un tanto desafinadas, con mal sonido y sin energía. Ciro no habló demasiado. Recuerdo que en un momento dijo: “esto me hace acordar a cuando tocamos en Lanús, que es un lugar de allá de Buenos Aires, donde había poca gente pero estaban al palo”, pero yo ni siquiera veía que el público estuviera al palo. (Dos décadas después Ciro se juntaría con una chica bahiense, tendría una hija bahiense y viviría bastantes años en Bahía, cosa inimaginable en aquel entonces). Durante los bises se abrieron las puertas del estadio y entraron como cien pibes más, uno de ellos en bicicleta. Me acuerdo de ese detalle porque Mariano dejó de tocar la guitarra en el medio de una canción para señalar al de la bici riéndose. Una semana después decidimos ir a ver a Fito al mismo lugar. Esta vez, con muchísimo más público, vimos un espectáculo diferente: músicos profesionales tocando con un gran sonido y una gran producción. Largaron con una versión bien rockera de “El chico de la tapa” y con Diego, sorprendidos, nos metimos en una suerte de pogo que había junto al escenario. Al final, mientras volvíamos, tuvimos que admitir, con dolor, como si estuviéramos desprendiéndonos de algo o modificándonos un poco, que lo de Fito había estado mucho mejor que lo de Attaque. Cuando la cuarentena me hizo recordar todo esto me di cuenta de que “Attaque 77 en vivo” había sido mi primera desilusión adolescente: quien considerabas tu amor o tu amigo te puede decepcionar; las cosas suelen no ser como uno las idealiza. No creo haberlo pensado con esas palabras pero así lo sentí. Y ahora que escribo esto también pienso en mi hijo: en ese momento yo tenía sólo un año y medio más de lo que él tiene ahora. Eso me da un poco de ternura y bastante impresión.
Soy Ignacio Molina. Escribo y doy talleres literarios, entre otras cosas. Me podés encontrar en Instagram: @ignacio._molina, y en Facebook con mi nombre. Mis últimos libros fueron publicados por @falsotrebol_ed.
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A la entrada del recital de Fito en Estudiantes de Bahía del 14 de diciembre de 1991 todavía la conservo: