Me etiquetan en una nota sobre la nueva novela de Ariel Magnus, titulada Continuidad de Emma Z. (por Emma Zunz, el cuento —y la vez personaje— de Jorge Luis Borges). La novela relata, según su autor, “cómo fue la vida de Emma después de su venganza” (es decir, cómo fue la vida de Emma después del cuento de Borges) y en la nota se hace alusión a “Erik Grieg”, el cuento de Martín Kohan protagonizado por el marinero nórdico que se acuesta con Emma, y se lee: “Ignacio Molina también continuó aquella historia. El cuento está en su libro Nueve versiones de Borges y se llama ´Samuel Zunz´. Molina retoma, a su vez, según él mismo cuenta, la versión de Kohan «pero veintiséis años más tarde, en el verano de 1948, cuando vuelve a Buenos Aires después de trabajar durante largas temporadas en el campo y se reencuentra con la nostalgia por su efímero vínculo con aquella falsa prostituta y con un ejemplar de la revista Sur»”.
Después googleo el título de la novela y me entero de que su contratapa fue escrita por Kohan y empieza así: "¿Y si la literatura argentina, sea eso lo que sea, pudiese ya no consistir sino en escribir, reescribir, sobreescribir, contraescribir a Borges?”. Entonces recuerdo el mail que me mandó Kohan como respuesta a mi envío de “Samuel Zunz” para que lo leyera antes de su publicación y que empezaba de una manera muy parecida y lo busco en el archivo de Gmail:
Teniendo en cuenta que, según otra nota, la primera versión de la novela de Magnus tiene unos doce años, me pregunto si al leer mi cuento, en el 2019, Martín ya habría escrito o pensado la contratapa del libro de Magnus o todavía no. Es decir, si para escribir la contratapa se habría inspirado en el mail, o si para escribir el mail se habría inspirado en la contratapa. ¿Qué importancia tiene esto? Ninguna. Pienso que se lo puedo preguntar cuando vuelva a cruzármelo en la calle, como hace algunas semanas, aunque seguramente terminemos hablando de cosas más importantes, como Excursionistas y (en menor medida de importancia) Defensores de Belgrano.
Soy Ignacio Molina. Escribo, edito y doy talleres literarios, entre otras cosas. Me podés encontrar en Instagram: @ignacio._molina.
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En otra nota, publicada en La Nación, Magnus cuenta que tardó más de una década en publicar la novela porque el mexicano que iba a ser su editor original le escribió en aquel momento una carta a María Kodama (la viuda de Borges y heredera de los derechos de su obra) para mandarle el manuscrito y pedirle autorización. Kodama le pidió que corrigiera algunas partes, Magnus las cambió, el editor se la volvió a mandar y Kodama mandó a decir por un secretario que disculpen “la decepción” pero que no autorizaba la publicación. Ahora, ya muerta Kodama, un editor argentino “se animó” a publicar la novela. Esto me hace pensar en algo que me preguntaron bastante cuando salió Nueve versiones de Borges: si estaba aliviado por la muerte de Kodama, que ya no podría iniciar ninguna demanda. Mi respuesta incluía una realidad: la primera vez que se publicó “Samuel Zunz”, en el Verano/12 de Página/12, en papel y en la web, María Kodama estaba viva y a un par de clicks o de links de poder leerlo. Y sin embargo jamás se me cruzó por la cabeza pedir ninguna autorización ni nada parecido. Es cierto que no es lo mismo “arriesgarse” con la publicación de un cuento en un diario que con la impresión de cientos o miles de ejemplares de un libro, pero de todas maneras creo que en ese miedo hay algún tipo indescifrable de sobreactuación.
Desde hace varios meses paso la mayor parte del tiempo en territorio enemigo: Flor se mudó a Núñez, a tres cuadras de Defensores de Belgrano. Hace unas semanas, un sábado a la tarde, salí a caminar por el barrio y, por el frío que irradiaba las camisetas que andaban por ahí, me di cuenta de que era día de partido. En una esquina de Libertador, frente a la cancha, vi a Martín Kohan ataviado con una bufanda rojinegra y a punto de cruzar la avenida. Entonces me le acerqué desde un costado diciéndole: “Disculpá, ¿sabés por dónde queda la cancha de… Excursionistas?”. Al escuchar la primera parte de la pregunta él me señaló la vereda de enfrente, y cuando la terminé se sorprendió un poco y enseguida se dio cuenta de quién era y nos saludamos, charlamos unos minutos, intercambiamos algunas chicanas suaves (él más suelto, con la impunidad que da estar jugando de local; yo un poco más atado, con la precaución que exige el estar en territorio hostil) y nos despedimos. De literatura no hablamos nada.
Hace poco más de un mes fui a dar una charla a estudiantes de quinto año del Colegio Nacional de La Plata. Ese viernes me desperté muy temprano, tomé el Mitre hasta Retiro, el subte C hasta Constitución, el Roca hasta La Plata, y caminé seis cuadras hasta el Colegio. El madrugón y el esfuerzo valieron la pena y mucho más que eso: en ese teatro (o salón de actos) repleto de estudiantes, profesores y autoridades, pasé una de mis mañanas más felices del año.
La charla (parte de un ciclo, organizado por Braian Tadei y demás responsables de la biblioteca del colegio, en el que un par de semanas antes había participado Kohan) estuvo muy bien coordinada por el profesor y gran lector Gerardo Balverde, quien más tarde escribió una crónica en sus redes sociales contando, entre otras cosas, que “…La charla fue tocando varios temas como la importancia de leer para escribir, los primeros acercamientos a la literatura y los escritores que lo fueron seduciendo, así como también el descubrimiento de Borges, la dinámica de los talleres, el origen de tramas y temas, su propia experiencia en el secundario, entre otros. Las y los estudiantes también hicieron sus preguntas, habida cuenta de que habían leído algunos de los relatos de su último libro, Nueve versiones de Borges, que no me canso de recomendar. Fue un encuentro hermoso” y hacia el final destacó la importancia del ciclo “en estos momentos en que la educación pública está vapuleada, ninguneada, criticada y desvalorizada”.
En un momento una de las alumnas pidió el micrófono para comentarme que su profe de literatura les había dado la tarea de reversionar algún texto de mi libro (podían elegir entre “Samuel Zunz”, “La cicatriz” y “El milagro atroz”) y para pedirme algún consejo y preguntarme cómo había hecho yo para “reversionar” a Borges. Al final me regalaron un cuaderno de tapa dura con el escudo del Colegio y firmé algunos libros. Y me sorprendí y me conmoví cuando una chica me pidió que le firmara y le dedicara uno a su mamá o su tía que me había leído algunos libros míos y me admiraba mucho, o algo así. Viva la educación pública argentina, gratuita y de calidad.
Un par de semanas después, la chica que me había hecho aquella pregunta me escribió por mensaje de Instagram:
Tal vez el futuro de la literatura argentina, sea eso lo que sea, consista en escribir, reescribir, sobreescribir y contraescribir a Borges una y otra vez.