La vida útil de los termotanques
Sinestesia Salvaje. Ruido de cataras, Alejandro Rubio Telecentro, la novia de la juventud de Iorio, cuentas inútiles, los colores más vívidos, las endorfinas de andar en bici y el superclásico.
Me despierta un ruido de catarata. Miro el celular: las 3:52. ¿Estuve soñando con las Cataratas del Iguazú a las que nunca fui? No: estoy despierto y el sonido persiste. Me levanto, camino hasta la cocina y prendo la luz. El agua cae desde el termotanque. Y no son gotas aisladas, son gruesos chorros que ya empezaron a inundar la cocina. Me mojo los pies para cerrar las llaves de paso, la fría y la caliente, y a los segundos el agua deja de salir. Con el lampazo empujo el líquido hacia la alcantarilla. Me seco los pies con una toalla. Vuelvo a la cama y trato de pensar en otra cosa hasta quedarme dormido: el viaje a las Cataratas al que fue casi toda mi familia cuando yo era chiquito y del que durante años creí haber participado.
La semana pasada Flor compró un libro de Alejandro Rubio publicado por una editorial chilena y titulado Diario. “Rubio es un poeta de los noventa”, le comenté a Flor, y recordé algunos poemas que había leído por ahí, en libritos, blogs y plaquetas en los primeros años de este siglo. Diario es fiel a su título, y todas sus entradas están fechadas en un mismo día: 7 de mayo de 2007. Esas entradas son frases o párrafos cortos sin un hilo conductor claro, al menos durante las primeras páginas. No sé si me vuelve loco pero me da ganas de ponerme a escribir.
Los termotanques tienen una vida útil de aproximadamente ocho años, según los datos que me tira Google. Mi termotanque mermado tiene por lo menos seis: en el 2018, cuando me mudé, ya estaba. Los precios no bajan de los 200.000 pesos y además hay que pagarle al instalador. Hago unas cuentas extrañas e inútiles que no me llevan a ningún lado: hoy 200.000 pesos son alrededor de 650 viajes en bondi; hace unas semanas eran 2500 viajes en bondi.
Murió Alejandro Rubio, a sus cincuenta y siete años: me entero por diferentes publicaciones en mi muro de Instagram. Le cuento a Flor la noticia y ella se sorprende: no por la muerte en sí sino porque pensaba que Rubio ya estaba muerto. Es decir: sí se sorprende con la muerte, pero por el motivo inverso a los demás. A la tarde sigo leyendo su librito. Pienso: lo empecé cuando estaba vivo y ahora lo sigo leyendo cuando ya no está entre nosotros. ¿Cómo repercute eso en el libro, en el texto, en la lectura? Borges decía algo así: “es triste el amor a los objetos, porque ellos no saben que nosotros existimos”. Un libro debería saber de alguna manera si su autor está vivo o está muerto. Y en el momento de la muerte debería sufrir algún tipo de transformación.
Se me debita de la caja de ahorro la tarifa de Telecentro: 36000 pesos. Hoy, 5,55 termotanques de los baratos. “Pedir la baja en Telecentro”, grabo en el chat de wasap conmigo mismo.
Me emociono con una entrevista a la novia de juventud de Ricardo Iorio que me tira el algoritmo de Youtube. La mujer se llama Paula y le dicen Poly; ahora es una señora de Lomas de Zamora pero en los ochenta fue una chica metalera de Lomas de Zamora. Estuvo de novia con Ricardo durante cinco años, entre el 82 y el 87, y la excusa de la entrevista es contar la historia de una foto viralizada en la que Iorio está con un gorro y una remera rosa al lado de una chica de rulitos y muñequera metalera: la chica es Poly, que ahora cuenta que hace unos diez años, luego de escuchar que Iorio la nombraba en una entrevista con Beto Casella, fue a verlo a un recital para llevarle una carta pero el manager la reconoció después de tantos años, le dio un gran abrazo y la hizo pasar al camarín y Iorio también la reconoció y se emocionó. “Esto no va a quedar acá”, le dijo, “los días que pasé llorando en el pasillo de Rivera…”, le dijo, recordando la casa de la familia de ella en Lomas, y ella no entendió si estaba hablando metafóricamente o qué. En la entrevista me llama la atención cuando Poly dice que no podía creer cuando Ricardo la mencionó con nombre y apellido en el programa de Casella, “porque mi apellido es difícil y no es tan fácil de recordar…”. Habían sido novios durante cinco años y ahora ella no podía creer que él se acordara de su apellido.
La foto es de Marina Márquez. Yo soy el que hace cuernitos para despejar el tiro libro del rival y Fausto el que se pone de perfil con miedo a mirar.
Excursionistas está jugando en la Primera B Metropolitana. En las primeras cuatro fechas cosechamos 7 puntos y ahora, sábado, jugamos en el Bajo Belgrano contra Villa San Carlos. El partido puede funcionar como una suerte de revancha de la final de la C que perdimos contra el mismo equipo en 2019. O al menos así la vivo yo, recordando el persistente llanto de mi hijo durante buena parte de aquella noche de invierno, varias horas después de la derrota por penales. En la cancha no hay mosquitos (¿habrá un microclima?) y en la tribuna de atrás del arco donde vamos casi siempre pega mucho el sol durante todo el primer tiempo. En el complemento el clima se transforma: baja un poco el sol y sopla un aire otoñal y los colores de las camisetas y del pasto sintético y del cielo y de las banderas en las tribunas y el alambrado se ven más vívidos que antes y en un momento mágico llega la ansiada “apertura del marcador”: festejo, gritos, euforia. Mañana a catorce cuadras de acá unas 85000 personas van a juntarse a ver un superclásico que también será visto por millones de otras personas en el país y en el mundo. Pero esto es mucho más fácil, más feliz y más lindo.
Mi hijo estudia para el último tema de química (formación y balanceo de ecuaciones químicas) y después del partido del Chelsea lo acompaño a tomarse el 166 hacia el Oeste en la vereda de la cancha de polo. Desde cerca de ahí saco el pase para un viaje en Ecobici de treinta minutos y pedaleo por la bicisenda de la avenida Libertador hacia Núñez. La bici no está en mal estado pero es de esas en las que te parece que avanzás mucho menos de lo que te esforzás en la pedaleada. En la estación de ecobicis de las Barrancas pienso en cambiarla pero como recién llevo trece minutos decido seguir. Vuelvo a Libertador y a partir de ahí el viaje es mucho mejor porque las bicisendas son de una sola mano. Pedaleo entre miles de hinchas de River que van llegando al Monumental. La generación de endorfinas me lleva a planear comprarme una bici para salir a pedalear todos los días. Llego a la esquina de Comodoro Rivadavia y dejo la bici ahí para caminar las tres cuadras que quedan hasta la casa de Flor. La aplicación me informa que mi viaje duró justo treinta minutos. Hay algo de satisfacción en esa exactitud. Me compro la merienda y me dispongo a ver el superclásico en la web de futbollibre. Más de una hora después, el gol de River me llega por la ventana un par de segundos antes de verlo en la pantalla.
Mi hijo hoy aprobó química y la semana pasada matemáticas. El problema del termotanque sigue en veremos. Todavía no llamé a Telecentro. El algoritmo de Spotify me tira muchas canciones de las bandas de Iorio. Un poema de Alejandro Rubio que recuerdo haber leído en algún blog, librito o plaqueta:
Pesadez en el aire de agosto,
tu pie, mi nariz, otro domingo salvaje.
Si lo que abunda, es decir, la aridez
fuera un truco: una lona que cubriera
nuestro legado, la fe de nuestros padres. Rumiar
la grasa del asado, cada pensamiento,
cada percepción. Nacimos pobres, pobres. Pero no es
que no hayamos estado en la fiesta; es que nos quedamos
para limpiar y ser testigos
de lo que hace la luz con los restos.
Me pasó lo mismo con el termotanque.