Los diarios de Rosario
Sinestesia Salvaje. Sobre Diario de la dispersión y Diario del dinero, de Rosario Bléfari
Rosario Bléfari escribió el Diario de la dispersión durante los últimos meses de su vida, en la casa de Santa Rosa, La Pampa, donde había ido a cuidar a su papá de ochenta y ocho años y a alejarse del estrés de Buenos Aires, desaconsejable por el debilitamiento de su salud. En esos meses (que coinciden, en parte, con el comienzo de la pandemia) Rosario inicia y desarrolla proyectos artísticos (musicales, de escritura, plásticos), quehaceres domésticos y de jardinería, escucha música y mira películas con su viejo y hurga en ideas, sensaciones y recuerdos, y mientras responde a “la obligación filial de hija única para salvarse de sí misma al mismo tiempo”, escribe este hermoso diario “del amor y la amistad a distancia”.
“Yo estuve acá”, escribió Rosario en la bio de su cuenta de Instagram poco antes de abandonar este mundo. Por eso, cuando en el Diario, refiriéndose a su estadía en Santa Rosa, escribe “Lamento no haber estado más tiempo acá, disfruto cada momento”, resulta fácil conjeturar que se refiere a su estadía en Santa Rosa pero también a su estadía en la vida… Nosotrxs, lxs que también lo lamentamos hasta las lágrimas, por suerte podemos seguir sintiéndola más que viva en cada cosa que hizo y publicó.
Un fragmento del Diario: “Escucho bossa nova y me abismo. La hora de la siesta en la que escuchábamos esos discos, los novios adolescentes, la bandeja girando, la luz suave entrando por las cortinas naranjas, nuestros momentos de paz. Tengo que salir de este estado, es preciso que me desmelancolice. No quiero mirar más las bicicletas de las ruedas desinfladas, y saber que nunca más voy a usarlas porque ya no puedo andar, yo que me imaginaba viejita en bicicleta. Para distraerme miro la libreta de canciones que tenía mi papá en el colegio salesiano cuando era chico, tiene canciones de todo tipo y me sorprendo mucho con un corrido mexicano que exalta la revolución. Tiene además algunos dibujos hechos por él. En la primera hoja, a modo de carátula, hay un Pato Donald dibujado con lápices de colores y dice ¡A cantar! Y arriba de todo, con su letra perfecta: Tristeza y melancolía fuera de la casa mía”.
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En una entrada del 2013 del Diario del dinero —publicado por Mansalva poco después de su muerte— Rosario Bléfari menciona a María, una chica que hace unos años vino a mi taller literario y me contó que trabajaba en la TV Pública y que para ocupar el puesto de comentarista de libros en un programa de la tarde había pensado en mí (por unos videos que había visto en Youtube) y en Rosario Bléfari. Y que finalmente, por supuesto, habían elegido a Rosario. Yo no le creí demasiado (me está mandando fruta, pensé) hasta que vi esa entrada en la que Rosario cuenta que “el director artístico me dijo que con eso le alcanzaba para saber que yo era la persona indicada para el puesto. Me dijo que me iban a pagar 8000 pesos por mes, yendo tres veces por semana. Me parece mentira que voy a trabajar acá, todo gracias a María, que les habló de mí”.
En el 2013 yo cobraba bastante menos de 8000 pesos, trabajando nueve horas por día de lunes a viernes. Qué lindo hubiera sido, fantaseo ahora, decirle a mi jefe: “renuncio a tu trabajito, me voy a laburar a la tele”, pero no pudo ser: adelante mío, compitiendo por el puesto, tenía a la mejor. Pienso de esta manera porque estoy tomado por la lectura de los diarios que, en palabras de Rosario, hablan de “la aparición del dinero en medio de todas las experiencias de la amistad, de la familia, del amor, de la música, del cine y de la escritura misma, acompañando el agobio y el alivio de los trabajos y los días”.
En ese programa de la TV Pública, una tarde, Rosario comentó Los puentes magnéticos y leyó un fragmento. Escuchar una novela mía en su voz (que era su voz y también era la de Silvia Prieto, una voz que influyó en mis primeros cuentos) me conmovió entonces y me conmueve ahora. A partir de eso nos mandamos unos mails y me invitó a un recital de Sue Mon Mont y un día, hablando sobre Diario del dinero, me dijo que no estaba segura de publicarlo. “¿Cómo no estabas segura, si es un librazo?”, le escribiría ahora, pero ya no puede ser. Aunque leer ese diario, el agobio y el alivio de sus trabajos y sus días, es dialogar con ella de alguna manera, como si todavía estuviera acá.
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Soy Ignacio Molina. Escribo y doy talleres literarios, entre otras cosas. Me podés encontrar en Instagram: @ignacio._molina, y en Facebook con mi nombre. Mis últimos libros fueron publicados por @falsotrebol_ed.
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