Los trabajos y los días
Sinestesia Salvaje es un diario sobre cosas que leo, miro y escucho. Esta semana, entre varias otras: el amigo de Moris, colombianos, Rosario Bléfari, Tiago y Qunitas, Beat Baires, Messi y la emoción.
LUNES
En la mesa de al lado tres hombres (dos treintañeros que parecen ser amigos desde antes y un setentón al que parecen haber conocido hace unas horas) charlan animadamente. Uno de los jóvenes, además, rasguea una guitarra criolla. El setentón amenaza con irse todo el tiempo (“me voy eh, me tengo que ir a estudiar a Nietzsche y Schopenhauer que mañana doy clases”, dice, por ejemplo) y sus nuevos amigos le ruegan “no te vayas, maestro”, “genio, ídolo, quedate”. En un momento el músico canturrea una canción de Moris y el señor dice: “cantala con respeto eh, mirá que Moris es uno de mis amigos más antiguos”. Más tarde tocan una de Litto Nebbia y el señor dice: “Litto me quiere mucho a mí; la última vez que lo vi yo iba por el Obelisco y él caminaba con su guitarra y me dijo que lo fuera a ver esa noche al teatro... me quiere mucho Litto”. Después dice: “el sexo es mucho mejor con tres mujeres que con una, aunque en otras cosas lo que importa es la cualidad, no la cantidad”. Uno de los jóvenes pregunta y se contesta: “¿Saben por qué la pasta de dientes se llama Colgate? Para que te cuelgues lavándote los dientes”. Una señora se acerca desde el edificio de enfrente y les pide que por favor hablen un poco más bajo, que hace dos horas que están hablando a los gritos. El señor se para y se le acerca, la señora se aleja y le grita que se quede ahí y el señor le responde: “no se asuste señora, yo lucho por la armonía en el mundo, yo respeto y amo la cultura”.
MARTES
Hoy se cumple un año de la muerte de Rosario Bléfari. Ese día lloré por primera y única vez por la muerte de alguien que apenas conocía personalmente. Por todo lo que ella significaba, y por el momento personal y familiar que estaba atravesando yo en ese momento, al enterarme de su muerte de me tiré en la cama y me puse a temblar hasta el llanto. Si existieran las palabras para describir lo horrible que es la muerte joven y tan injusta las escribiría alguna vez, pero todavía no se inventaron.
Releo su hermoso “Diario del dinero”. En una entrada del 2013 menciona a María, una chica que hace unos años vino a mi taller literario y me contó que trabajaba en la TV Pública y que para ocupar el puesto de comentarista de libros en un programa de la tarde había pensado en mí (por unos videos que había visto en Youtube) y en Rosario Bléfari. Y que finalmente, por supuesto, habían elegido a Rosario. Yo no le creí demasiado (me está mandando fruta, pensé) hasta que hoy vi esa entrada en la que Rosario cuenta que “el director artístico me dijo que con eso le alcanzaba para saber que yo era la persona indicada para el puesto. Me dijo que me iban a pagar 8000 pesos por mes, yendo tres veces por semana. Me parece mentira que voy a trabajar acá, todo gracias a María, que les habló de mí”.
En el 2013 yo cobraba bastante menos de 8000 pesos, trabajando nueve horas por día de lunes a viernes. Qué lindo hubiera sido, fantaseo ahora, decirle a mi jefe: “renuncio a tu trabajito, me voy a laburar a la tele”, pero no pudo ser: adelante mío, compitiendo por el puesto, tenía a la mejor. Pienso de esta manera porque estoy tomado por la lectura de los diarios que, en palabras de Rosario, hablan de “la aparición del dinero en medio de todas las experiencias de la amistad, de la familia, del amor, de la música, del cine y de la escritura misma, acompañando el agobio y el alivio de los trabajos y los días”.
En ese programa, una tarde, Rosario comentó Los puentes magnéticos y leyó un fragmento. Escuchar una novela mía en su voz (que era su voz y también era la de Silvia Prieto, una voz que influyó en mis primeros cuentos) me conmovió entonces y me conmueve ahora. A partir de eso nos mandamos unos mails y me invitó a un recital de Sue Mon Mont y un día, hablando sobre “Diario del dinero”, me dijo que no estaba segura de publicarlo. “¿Cómo no estabas segura, si es un librazo?”, le escribiría ahora, pero ya no puede ser. Aunque leer ese diario, el agobio y el alivio de sus trabajos y sus días, es dialogar con ella de alguna manera, como si todavía estuviera acá.
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MIÉRCOLES
Me cruzo en el hall del edificio con mi vecino colombiano y siento que me mira con antipatía. Anoche me habrá escuchado, pared de por medio, festejar en los penales. Hasta un rato antes de eso yo lo había escuchado gritar durante todo el partido. Una vez, hace mucho, me dijo mientras esperábamos al ascensor: “somos colombianos nosotros, no venezolanos”. Yo ya lo sabía porque percibo bien el acento colombiano (tuve una amiga colombiana, vi toda la serie sobre Pablo Emilio Escobar Gaviria y muchos documentales sobre las FARC y la política colombiana en general) y no entendí a qué venía la aclaración. El año pasado, al principio de la cuarentena, esta familia colombiana (el que me miró con antipatía, su mujer y dos hijxs) dejaban sus calzados en el pasillo, formando una hilera a un metro de mi puerta. Una noche salí con la luz apagada y sin querer pateé las zapatillas más chiquitas. Al día siguiente los calzados ya no estaban más en ese lugar. “Párese bolas”, me gustaría decirle ahora, para que se dé cuenta de que conozco expresiones de su país, pero no encuentro la oportunidad.
JUEVES
Leo en Anfibia una nota sobre el Plan Qunitas y su creador, Tiago Ares. El primer párrafo hace un resumen:
Un estudiante universitario se entera, en una clase, de que existe un riesgo de mortalidad infantil que se puede prevenir. Piensa una solución. El Estado convierte la idea en política de Estado: nace el plan Qunita. El pibe cumple el sueño de devolver a la sociedad lo que la sociedad le dio con la educación pública. La mortalidad infantil baja. Una diputada hace una denuncia. El joven no llega a enterarse de que un juez ordena destruir el proyecto: muere de cáncer pocos meses antes, a los 25 años. Tampoco alcanza a saber que se ha creado un símbolo, un símbolo con forma de cuna.
Ahora, seis años después de la suspensión del plan, la Justicia determinó que la denuncia de esa diputada honesta y republicana no tenía en realidad ningún asidero. Acá, la nota completa.
VIERNES
En la estación Olleros del subte D reparo, por primera vez, en los murales de ambos andenes: en el de los trenes hacia Núñez está “Plaza de verano” y en el de los trenes hacia el centro está “Plaza de invierno”, ambas pinturas de Josefina Robirosa. Después viajo escuchando Ciudad de guitarras callejeras, un discazo circa 1974 de Moris, el amigo más antiguo del setentón del otro día.
SÁBADO
DOMINGO
Esta noche, gratis y por Youtube, va a transmitirse la segunda edición del festival Beat Baires desde el Teatro Coliseo. La primera edición fue en el mismo teatro hace cincuenta y dos años: a las once de la mañana de todos los domingos de junio de 1969. En aquellas jornadas tocaron, entre otros, Moris, Litto Nebbia, Almendra, Manal y Vox Dei. Encuentro un video de una de esas mañanas y por un segundo imagino el milagro de ver entre el público al ahora setentón amigo de Moris y muy querido por Nebbia. El locutor dice, con típico sonido aflautado de los noticieros de la época:
Alguien afirmo alguna vez que lo que no vale la pena de ser dicho se canta, pero esa expresión fue refutada por otros y sostuvieron que no se puede vivir sin cantar. Acertadas o no las dos sentencias la juventud lidera los caudales de sus canciones. En el primer festival nacional de la música Beat realizado en Buenos Aires parte de nuestra juventud canto. Alegría de las voces se meció al compás del pelo largo, de nuevas modalidades que crecen en nuestra ciudad.
En el Radar de hoy leo una crónica de Alfredo Rosso sobre la mañana en que, de adolescente, tomó un taxi desde Villa Crespo hasta el Coliseo y al salir del teatro sintió que Spinetta y Almendra le habían cambiado la vida.
Soy Ignacio Molina. Escribo y doy talleres literarios, entre otras cosas. Me podés encontrar en Instagram: @ignacio._molina, y en Facebook con mi nombre. Mis últimos libros fueron publicados por @falsotrebol_ed.
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La imagen de esta semana es una foto que le saqué el viernes en la estación Olleros del subte D al mural de “Plaza de invierno” de Josefina Robirosa:
Cuidá tu salud y la de lxs demás, y hasta la semana que viene…