Me apuró un patotero
Sinestesia Salvaje. Un entredicho con un energúmeno y el recuerdo de otra intervención callejera.
Quise mediar en una discusión callejera y terminé perseguido por un patotero. Había salido a darle una vuelta de sábado a la tarde al perrito y había visto cómo un automovilista iniciaba una discusión con un camionero. Estacionado en doble fila y sacando la cabeza por la ventanilla, el automovilista (un hombre de unos cuarenta y siete años, entrecano y robusto) le gritaba muy nervioso al camionero (de unos cuarenta años y más flaco y morocho), quien le había tocado bocina para pedirle que corriera unos metros el auto para que pudiera pasar su vehículo y su largo acoplado. “¡Te vengo bancando hace tres cuadras y ahora me venís a apurar!”, le gritó el automovilista. “¿Bancando tres cuadras qué cosa?”, le dijo el camionero sin entender. La intensidad del diálogo fue in crescendo hasta que el automovilista salió de su auto para seguir gritando y haciéndose el gallito y el camionero, aunque no se lo veía con muchas ganas de discutir, también se bajó y todo se puso más picante. Señalando una calcomanía en el frente de su camión, el camionero dijo: “Mirá, vengo desde Bragado, y vengo a laburar, no a pelear con nadie. Solamente te pedí que muevas un poco el auto así no te choco.” El automovilista tomó esas últimas palabras (quiso tomar esas palabras) como una amenaza y gritó: “ahhh, ¿así que me estás amenazando?, ¡dale, dale, chocámelo chocámelo...!” Entonces el camionero lo miró con cara de “vos sos un tarado” y el automovilista agarró su teléfono y, con aire de patrón de estancia, le sacó una foto a la patente del camión. Entre medio de todo eso otro flaco se había metido tímidamente a calmar los ánimos, y yo, al ver la injusticia innecesaria de la que estaba siendo víctima el camionero, sentí un impulso irrefrenable de meterme y le dije al automovilista: “Tranquilo flaco, nunca te amenazó, estás fantaseando o con ganas de pelear, ¿por qué no te tranquilizás en vez de andar gritando o sacando fotitos?” El automovilista me miró medio desconcertado (nunca imaginó que ese vecino que salía a pasear a un perrito se iba a meter con él) y me preguntó de mala manera qué me pasaba, me preguntó si yo también quería tener problemas, y cuando pensé que se me iba a venir al humo volvió a meterse en el auto y desde ahí me gritó que no me metiera en sus cosas. Yo le dije que solamente intentaba tranquilizarlo un poco, que estaba muy nervioso, que el camionero nunca había tratado de amenazarlo, y mientras arrancaba el tipo me gritó: “¡andá a pasear al perro, pelotudoooo!”. Entonces di el asunto por terminado y seguí caminando hasta la avenida, doblé en Luis María Campos ya pensando en otra cosa, caminé una cuadra más, doblé en el bulevar, paré en un par de árboles para que el perrito oliera e hiciera pis, y cuando estaba llegando a la siguiente esquina escuché que alguien me gritaba desde atrás: “¡ehh flaco!”. Me di vuelta y no lo pude creer: era el automovilista. Ya fuera del auto y con unas llaves en la mano (que no supe si eran del auto o de su casa), se me acercaba sacando pecho y con la vena del cuello muy hinchada. Sí: el tipo me había perseguido tres cuadras para pedirme explicaciones por mi intervención, cosa que enseguida se puso a hacer de una manera bastante violenta. Mientras una parte de mí se preguntaba por qué se había metido en ese baile y deseaba ya no estar ahí, otra parte de mí no se abatató, enfrentó al violento y le preguntó qué le pasaba. El me preguntó qué me pasaba a mí y algunas de sus palabras fueron: “sos un pelotudo, sos un forro, qué mierda te metés adonde no te llaman”. Yo le pregunté con genuina sorpresa: “¿me perseguiste hasta acá solamente porque quise calmar los ánimos? ¿Por qué estás tan nervioso?”. La esquina estaba desierta (deduje que él no me había interceptado antes para evitar testigos de su agresión) y cuando me di vuelta para irme el tipo me gritó “¡pelotudo!”, y ahí cometí el error de darme vuelta, mirarlo a los ojos y volver. “¿Qué qué te pasa, qué me mirás?”, me dijo provocador, y yo pensé: “ahora me desfigura la cara a trompadas y además se me escapa el perro; doble tragedia”. Le dije: “Sos un violento, flaco, está muy claro: estás siendo violento ahora y fuiste violento con el camionero”. El me respondió, muy sacado: “Sí, soy un violento, ¿y?”, y agregó: “¡Y vos que sos del barrio qué venís a ponerte en contra de los que son del barrio y a defender a alguien que viene de afuera...!” “¿Qué carajo tiene que ver el barrio?”, le pregunté, “y yo qué sé de dónde era ese pibe”, agregué, fingiendo pasar por alto su prejuicio clasista (uno de los meollos de la cuestión, me di cuenta) pero al mismo tiempo poniéndolo de relieve. Y volví a darme vuelta para irme, el tipo volvió a gritarme “¡pelotudoooo!” y decidí ya no girar porque me di cuenta de que podría estar ocupando en cosas más agradables mi tarde del sábado.
¿Las personas que manejan se ven envueltas con más frecuencia en este tipo de situaciones? ¿Cómo será lidiar todo el tiempo con energúmenos? ¿Me lo cruzaré otra vez por el barrio? ¿Tendrá hijos en edad escolar? ¿A quién votará mañana? Mientras me hacía esas preguntas (a la última me la respondí casi con certeza) me acordé de otro conflicto en el que intervine hace unos años, y ahora busco su relato en los archivos de Facebook para pegarlo acá abajo:
21 de enero de 2014 - Ayer quise rebelarme ante una injusticia y se me pararon de manos.
En el polideportivo del barrio dos pibes post adolescentes jugaban a tirarse penales y, como ese arco no tiene red, cada vez que hacían un gol la pelota picaba cerca de donde un cuarentón grandote y su familia tomaban mate y sol.
A la tercera o cuarta vez, el tipo le gritó a uno de los pibes:
–Flaco, la próxima que tires la pelota acá te la pincho, así de cortita –con ese tono.
–¿Pero qué te pasa? –le dijo uno de los post adolescentes–: Estás a cinco metros de una cancha de fútbol, atrás de un arco, ¿qué pretendés?
–Pretendo que te vayas a otro arco y no nos jodas más las pelotas.
–¿Pero qué me hablás así, boludo? Parece que tenés ganas de pelear. Estamos jugando a la pelota, ¡esto es una cancha!
Entonces el grandote se paró y se le acercó para decirle:
–¿Y a vos quién te conoce? ¿A quién le decís boludo?
Hasta ahí, parecía que el tipo quería mostrarse como demasiado guapo pero que le faltaba un golpe de horno. Puteaba, avanzaba con el puño cerrado y retrocedía. Escuchaba la réplica, puteaba, avanzaba con el puño cerrado y retrocedía. Y así varias veces hasta que los pibes cedieron, se cambiaron de cancha y ocuparon el arco en el que, hasta ese momento, mi hijo había estado jugando solo. Cuando él vino cabizbajo hasta donde yo estaba, corrigiendo unas pruebas de galera con mi Bic roja de trazo fino, me di cuenta de lo que había pasado y les grité a los pibes, con buena onda pero intentando transmitir autoridad:
–¡Che, estaba jugando el nene ahí, lo sacaron!
Los post adolescentes vinieron a pedirme disculpas.
–Perdón, no lo vimos… lo que pasa que viste a este boludo que se cree el dueño de todo, el poronga del barrio –dijo uno señalando al cuarentón.
–Sí, se cree el capo… el más capito es en realidad –les dije–, pero no le den bola, hagan la suya, eso es una cancha, no un lugar para tomar sol…
Así fue que los pibes quisieron volver al arco original y el tipo volvió a marcar territorio de mala manera. Entonces ahí fue cuando, no sé por qué, me paré, dejé los papeles bajo la mochila e intervine a los gritos:
–Che, flaco, ¿sos el dueño de esto vos? No sabía eh. Yo creía que todos tenían los mismos derechos acá en el poli…
El tipo dejó el termo y se me acercó caminando. En ese momento, mientras lo miraba a los ojos, me arrepentí de lo que había dicho pero ya no tenía vuelta atrás.
–¿Y a vos qué te pasa?
–Nada. Sólo digo que esta no es tu casa, es un polideportivo con una cancha de fútbol y acá todos tienen los mismos derechos para usarla. Para tomar sol está la pileta allá del otro lado. Acá es para jugar…
Entonces otro tipo (ya casi cincuentón y de pelo largo, muy parecido a Iggy Pop) salió de la nada y también se me acercó a los gritos:
–Bueno, bueno, bueno… A ver si la vas cortando, flaco… Vos que sos más grande, a ver si la cortás, no vengas a incentivar a los pibes…
–No incentivo a nadie, lo que digo es que esto es de todos los pibes –dije, tratando de que no se me notara en el timbre de voz que a esa altura quería estar en cualquier lado menos ahí.
–No, esto no es “de todos los pibes”, esto es de los pibes que venimos y estamos acá siempre…
Se me cruzó por la cabeza preguntarle si con “pibe” se refería a él mismo, pero por suerte me arrepentí. Y dije:
–Yo también vengo siempre. Pero esto no es de algunos, esto es un lugar público, es de la municipalidad, es un lugar estatal… ¿Vos sabés lo que es el Estado?
Parece que esa pregunta lo descolocó porque empezó a sacarse cada vez más y a golpearme el hombro con un dedo mientras hablaba:
–Mirá, no me vengas con boludeces, vos sos grande y estás agitando a los pibes… Y acá las cosas no se arreglan así…
En ese momento, dos o tres flacos más entraron desde la vereda y le preguntaron a los gritos al grandote qué pasaba.
–Y miren, parece que el flaco vino acá con unos papelitos y una lapicerita roja de puto y ahora se está buscando una piña…
–Así que “lapicerita roja”…
El tono despectivo con el que el tipo se refirió a mi herramienta de trabajo me descontroló: de repente vi todo negro y sentí cómo una fuerza, muy parecida a la fuerza de la inspiración, me hacía mover el brazo derecho, cerrar el puño y estrellarlo contra la quijada de Iggy Pop.
Iggy se tomó la cara y tardó en reaccionar; supongo que, más que por el dolor, por la sorpresa: creo que no imaginaba que yo pudiera hacer algo así. Yo tampoco lo creía pero, sin tiempo a ponerme a meditar sobre eso, vi venir al grandote hecho una furia y de vuelta sentí la fuerza que esta vez me hizo clavarle un derechazo en el centro de la cara. Lo que sonó no sé si fueron los dientes o la nariz. No tuve tiempo de fijarme en eso porque en ese momento, mientras los otros flacos que habían llegado se me venían al humo, por suerte intervinieron los post adolescentes en mi defensa y a partir de ahí todo lo que vi fue un enjambre de cuerpos revolcados en el suelo y piñas y patadas que volaban para todos lados.
Cuando noté que los post adolescentes eran más fuertes y que los más capitos del barrio estaban ligando como en la guerra y que, tal vez por miedo, nadie venía a buscarme, le hice una seña a mi hijo para que buscara la pelota y, de su mano, me fui del poli sintiéndome el más guapo de Colegiales.
Soy Ignacio Molina. Escribo y doy talleres literarios, entre otras cosas. Me podés encontrar en Instagram: @ignacio._molina, y en Facebook con mi nombre. Mis últimos libros fueron publicados por @falsotrebol_ed.
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Una foto de aquella época del Polideportivo Colegiales y la torres de atrás de la Plaza Mafalda:
¡Hasta la semana que viene!