Se conocieron en un recital de Soda Stereo en 1986
Marisa conoció al que sería su marido en un concierto en Obras Sanitarias, y hace unos días vio aquel momento que signaría su vida. En esta edición de Sinestesia Salvaje reconstruyo toda la historia.
En una revista Canta Rock que había en la casa de un amigo Marisa leyó por primera vez, una tarde de noviembre de 1985, la letra completa de “Imágenes retro”, una canción de Soda Stereo que nunca había escuchado. No supo si la entendía muy bien; difusamente le pareció que se refería a algo relacionado con las drogas. Le llamaron la atención los versos “vivo como un sonámbulo / buscando pliegues en la pared / sueño con telarañas que cuelgan de mí”. Aunque ya había visto a ese grupo en Feliz Domingo para la Juventud y le había gustado bastante, nunca se le había ocurrido comprarse un caset ni mucho menos ir a un recital. Pero eso empezó a cambiar en enero del 86, cuando viajó a Villa Gesell con su familia y en la playa conoció a Andy, una chica que se autoproclamaba fanática de Soda y que en su casa en Ramos Mejía tenía una carpeta con fotos y recortes sobre su “agrupación” favorita. Como Marisa vivía en Morón, a solo dos estaciones de distancia, después de las vacaciones siguieron viéndose. A mediados de marzo ya se consideraban amigas y fueron a una galería de Ramos a sacar las entradas para uno de los recitales (el del sábado 12 de abril) que Soda daría en Obras Sanitarias. A esa altura Marisa ya se sabía de memoria todas las canciones de los dos long plays. Como ninguna de las dos tenía mucha experiencia en moverse por Capital, aceptaron que el papá de Andy las llevara en auto hasta Núñez y que las buscara a tres cuadras del estadio más tarde. Andy estaba muy producida: tenía los ojos pintados y los pómulos maquillados, una vincha blanca, un saquito azul y una campera rosa y unos largos aros plateados. Marisa se había planchado el pelo, se había pintado los ojos y se había puesto una pollera blanca y un saquito que hacía juego con la mochila de su amiga. Llegaron muy temprano (le habían mentido al padre de Andy sobre el horario para no llegar tarde) y se ubicaron en los primeros lugares de la cola que enseguida empezó a extenderse por la vereda de Libertador: eso les permitió instalarse muy cerca del escenario cuando abrieron las puertas, y con los primeros acordes de “Sobredosis de TV” se pusieron a saltar emocionadas.
En la última hoja de un cuaderno Rivadavia Daniel llevaba la cuenta de todos los recitales de Soda Stereo a los que había ido en los últimos dos años: el primero había sido en el Stud Free Pub de Libertador y Pampa, a la salida del túnel, el 15 de mayo de 1984. Para abril del 86 los ítems de esa lista ya completaban todos los renglones. Su fiel compañero de recitales era Eduardo, un chico al que había conocido en la colimba cinco años antes y que con sus discos de agrupaciones inglesas y new wave le había abierto las puertas a un novedoso mundo musical y nocturno. Daniel y Eduardo también eran bastante vecinos (uno vivía en Caballito, el otro en Boedo), pero sentían que la música los habría unido aunque vivieran a diez barrios de distancia. Apenas se pusieron en venta las entradas para los recitales en Obras Dani fue a comprar dos para la primera función (la del viernes 11 de abril) a una disquería de Rivadavia y Acoyte pero al llegar se enteró de que se habían agotado en minutos, entonces llamó muy preocupado al trabajo de Eduardo desde un teléfono público y Eduardo le dijo que acababan de decir en la Rock and Pop que se había agregado otra función y que esas entradas ya estaban en venta en la galería Churba de Belgrano. Y Dani no lo dudó: se gastó casi todos los australes que le sobraban en un taxi hasta Cabildo y Juramento y consiguió los tickets. El sábado 12 se puso una campera de jean y un pantalón de jean nevado, se batió el pelo con un poco de spray y esperó a que su amigo le tocara el timbre para ir a tomarse el 42 hasta Núñez. Llegaron a Obras cerca del inicio del recital pero no les importó: cuando sonaron los primeros acordes de “Sobredosis de TV” fueron saltando entre el público hasta la valla que los separaba del escenario.
Marisa y Daniel se vieron por primera vez mientras Cerati cantaba y todos coreaban el estribillo de “Imágenes retro”. En ese momento, mientras se acordaba de la revista que había leído cinco meses atrás en lo del Tano, a ella le llamó la atención, entre el humo y las luces de colores, la cara de un chico con el pelo batido y un cigarrillo sin encender entre los labios. Primero lo envidió porque su altura lo dejaría ver perfecto todo el recital, y enseguida, cuando vio que por un segundo él también la miraba a ella, creyó ponerse colorada. Daniel sintió cómo sus miradas se cruzaban y le gustó la sonrisa de esa chica al cantar y su pelo tan lacio y largo y su manera tímida de bailar y planeó ir a pedirle fuego durante los aplausos que antecedieron a la siguiente canción pero cuando se animó a recorrer los seis u ocho metros que los separaban ya no la encontró: en el inicio de “Juegos de seducción” hubo un desbande que los dejó más lejos e invisibles.
Tal vez ninguno de los dos se habría acordado de ese momento si una hora y cincuenta minutos más tarde no se hubieran cruzado en la esquina de Juana Azurduy y 11 de septiembre, cuando Marisa y Andy esperaban al auto que las llevaría de vuelta al oeste y Daniel y Eduardo buscaban un kiosco para comprar una cerveza. Entonces Daniel, sorprendido, se acercó a concretar su pedido de fuego, ya imaginando que esa chica todavía anónima no fumaría, y al ver su sonrisa en la respuesta se animó a preguntarle cuál era su canción favorita de Soda. “No sé, capaz la de las telarañas”, dijo ella. “Ah, Imágenes retro se llama, sí, muy buena, a mí también me copa”, le dijo él, y cinco minutos de charla después, con una Bic que solía tener encima por si se presentaba la ocasión, anotó el teléfono de ella en un billete de cinco australes. “¿Y a ese melenudo de dónde sacaron?”, les preguntó el papá de Andy cuando subieron al auto.
Durante ese otoño del 86 Marisa y Daniel hicieron un montón de veces el trayecto entre Caballito y Morón en el tren Sarmiento antes de que ella, un día después de los goles de Maradona a los ingleses, perdiera la virginidad en un hotel alojamiento de Ciudadela. Daniel, que era más experimentado y cuatro años mayor, sintió que ya no quería acostarse con nadie más y supo, enseguida, que eso convertiría a Marisa en su novia.
Se casaron tres años después, en el invierno del 89, y se instalaron en Ciudadela. Daniel ya se había recibido de abogado y Marisa de maestra jardinera. Tuvieron dos hijos: Mauro nació en el 90 y Gimena en el 95. El fanatismo de ambos por Soda Stereo duró lo que duraron sus respectivas amistades con Andy y Eduardo, que por diferentes motivos se fueron diluyendo. Pero a fines del otoño del 97, cuando se enteraron de que en septiembre Soda daría el último concierto de su carrera en la cancha de River, no dudaron en sacar las entradas. Después del “gracias totales” de Cerati volvieron felices a Caballito, donde habían dejado a los nenes al cuidado de sus abuelos, aunque lamentándose de que no hubieran tocado “Telarañas”.
Diez años más tarde, en diciembre del 2007, cuando Soda volvió a reunirse para tocar en la cancha de River, cada uno fue por su lado: Marisa fue a la popular con su vieja amiga Andy, a quien había reencontrado gracias a Facebook, y Daniel fue a la platea con su flamante novia, a quien todavía no había presentado a sus hijos. Y Mauro, que ya tenía diecisiete y sabía que literalmente le debía su vida a Soda Stereo, fue al campo con unos amigos más grandes que le habían regalado la entrada. Por suerte no se cruzaron a la salida.
Hace unos días, la semana pasada, Gimena vio en las redes sociales un video al que no le prestó mucha atención pero que creyó que a su mamá podría interesarle y se lo mandó por whatsapp. Eran un par de tomas, de cuatro minutos y medio en total, en donde se veía a parte del público en un recital de Soda Stereo en la cancha de Obras Sanitarias en 1986. También le hubiera gustado mucho mandárselo a su papá pero él no está más acá desde hace tres años, cuando un cáncer fulminante se lo llevó de este mundo en solo dos meses. “Acá te va un video vintage que te puede interesar, señora madre… qué onda terrible tenían los viejardos de sesenta cuando eran pibites eh”, escribió en el chat, junto a un corazoncito rojo.
Marisa estaba haciendo la cola en la caja del supermercado cuando le dio play al video. En los primeros segundos creyó que estaba soñando, o que acababa de morir, como Daniel, y que estaba viendo la película de los mejores momentos de su vida. Después, al subir el volumen de la música, recobró olores y sensaciones. Pero todo eso se multiplicó por diez cuando increíblemente se reconoció, cuando se vio ahí, en esa máquina del tiempo: casi a un mismo tiempo vio a Andy, su vincha blanca, sus aros plateados, sus ojos maquillados y su manera tan linda de cantar “Telarañas” mirando a la cámara, y se vio a sí misma con el saquito rosado y el pelo largo bailando al compás de la música y mirando por primera vez en su vida a ese chico alto y con el pelo batido que una hora y cincuenta más tarde se llamaría Daniel y que signaría el resto de su vida y que ahora también (no podía ser pero era) aparecía en el video mirando hacia donde estaba ella con un cigarrillo sin encender entre los labios…
Para no ponerse a llorar en público Marisa abandonó el carrito de las compras en la cola y salió a la calle. Caminó un par de cuadras lagrimeando, todavía incrédula y mareada, y cuando desbloqueó el celular para volver a mirar el video sintió que le vibraba en la mano y vio en la pantallita el anuncio de una llamada de un número desconocido. Entonces atendió como siguiendo un impulso y después de decir hola reconoció claramente, de algún modo inexplicable, la voz también emocionada de Eduardo.
Acá está el video (Marisa y Daniel aparecen a partir del minuto 1:15):
Soy Ignacio Molina. Escribo y doy talleres literarios, entre otras cosas. Me podés encontrar en Instagram: @ignacio._molina, y en Facebook con mi nombre. Mis últimos libros fueron publicados por @falsotrebol_ed.
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