Maxi era el chico narigón de pelo largo que se sentaba en el fondo y al que le gustaba Sumo y que en el primer recreo vino a darme la bienvenida. Con esas señas lo identifiqué el lunes 8 de marzo de 1993 en que empecé a ir a ese colegio de Belgrano. Después de una primera temporada en Buenos Aires en la que no me había hecho ni un solo amigo entre los caretas del Lasalle, cambiarme a un colegio mixto en el que las chicas y los chicos podían vestirse como quisieran y se llamaban por sus nombres de pila y se saludaban con besos en las mejillas incluso entre los varones y escuchaban buena música y hablaban de un modo mucho más lindo que en el colegio de curas, era descubrir un mundo nuevo. Ese lunes también identifiqué al metalero, a la fanática de Fito, al skater, al hincha de San Lorenzo, a la hippie, etc., pero el primer nombre que fijé fue el de Maxi, “el salvaje de pelo largo” (como le dijo medio en broma la profesora de inglés) que con el pasar de las semanas fue dejando de ser un estereotipo para convertirse en un amigo con el que viví varios de los hitos fundantes de la adolescencia. Cuando este viernes al mediodía recibí la noticia como una trompada en el pecho caí rendido en el sillón y se me vino una catarata de escenas a la cabeza. Me acordé, por ejemplo, de cuando ensayábamos un cover de “No tan distintos” con la banda del taller de música y él se copaba en repetir “no more war, war, war, war” al final del estribillo; me acordé de un gordo gigante que lo subió a los hombros en un recital de La Portuaria en Obras y le gritó “¡pesás tres kilos, flaco!”; me acordé de cuando discutió a los gritos con el compañero más facho en una clase sobre el 24 de marzo; me acordé de las locuras del viaje de egresados a Bariloche; me acordé de cuando con otros chicos nos peleamos a las piñas con el actual presidente de Uruguay y sus amigos a la salida de un boliche en Punta del Este; me acordé del living de su departamento en Villa Crespo y del local de lotería que tenía su familia en la avenida Corrientes, hasta el que una vez caminé para charlar con él porque me había dejado una novia; me acordé de cuando en uno de los viajes a La Angostura el ómnibus paró a cargar nafta en las afueras de una ciudad que alguien dijo que era Chivilcoy y yo me alejé del grupo y él se acercó y me dijo “cómo te saco la ficha a vos eh, te gusta estar piola, hacer la tuya... me cabe eso de vos Nacho”, y cuando yo le pregunté si estábamos en Chivilcoy él se puso a tararear la canción “Banderitas y globos”: “El micro me lleva y no sé dónde estoy / puede ser Uruguay puede ser Chivilcoy...”, me dijo “este pelado Luca está en todo eh”, y seguimos tarareando juntos hasta el verso “lo que me queda es todo este temblor...”; me acordé de cuando, aprovechando el barril de cervezas que había sobrado de una fiesta en el colegio organizamos una en mi casa y él me ayudó a llevar ese barril y terminó la noche limpiando los vómitos de los más borrachines; me acordé de los partidos del Mundial 94 que vimos en la casa de una amiga y de la tristeza general ante el “me cortaron las piernas” de Maradona; me acordé de cuando en un paso a nivel de Núñez se desató una pelea con unos hinchas de Defensores a los que uno de nuestros amigos les había pedido un trago de birra; me acordé de sus camisas cuadriculadas, de sus sus collares y de las pulseras que a veces le cubrían medio antebrazo; me acordé de su enamoramiento de mi prima Caro; me acordé de cuando se cortó él mismo el pelo y en la calle unas chicas lo miraron con asombro; me acordé de unas noches en mi casa comiendo pizza y mirando películas y, entre muchas otras cosas, me acordé de cómo lloraba abrazado a otro amigo en el bar Barbas de La Angostura porque ya faltaba poco para que dejáramos de vernos tanto como hasta ese momento. Al año siguiente, efectivamente, empezamos a perder esa frecuencia y seguimos durante algún tiempo haciendo planes hasta que las cosas de la vida nos fueron distanciando. A partir de ahí volvimos a vernos esporádicamente en algunos cumpleaños o reuniones de egresados; los dos nos habíamos cortado el pelo y ya no nos vestíamos como en la adolescencia. Hace diez años me enteré con dolor de que estaba enfermo y más tarde me enteré con alegría de que estaba mejor. Después me lo encontré un par de veces por Palermo Viejo. Me contó que estaba en pareja y trabajando de cocinero, nos agregamos a las redes sociales y quedamos en planear algo que al final nunca concretamos. Ayer, scrolleando su Facebook con los ojos vidriosos, vi que el 29 de enero de 2017 le escribí “Loco!!” en el muro y que eso derivó en nuestra última charla. El jueves, hace tres días, mi hijo, hablándome sobre un viaje que hará con su curso, me preguntó por mis viajes del secundario, y yo pensé en vos. El viernes, después de caer rendido cuando Caro me dio la noticia de tu muerte, me puse a llorar cuando traté de repetirla en voz alta: llamé a Flor, mi novia, para ver si me acompañaba al velatorio pero no pude hablar: corté la llamada y le escribí por wasap. En el viaje por Lacroze me acordé de una noche determinada en que recorrimos esa avenida en el sentido inverso. En la cartelera de la casa velatoria de Chacarita figuraba tu nombre: lamentablemente la noticia era verdadera, no había sido una confusión ni una pesadilla. Una chica nos dijo desde atrás “¿vienen por Maxi?”, y así me lo volvió a confirmar. Había muchísima gente, desde la vereda hasta la salita del ataúd: no me asombró darme cuenta de que en los últimos veinticinco años habías seguido cosechando un montón de amigos y amigas y personas que te querían. No encontré con la mirada a tu hermano; sólo saludé con un abrazo a tu amiga Florencia y a tu mamá. Cuando me quedé solo frente a tu cuerpo volvió la catarata de escenas a mi cabeza y volví a llorar, como despidiéndome de vos y de una parte de mi vida. Adiós Maxi, te quiero. Lo que me queda son aquellos recuerdos y todo este temblor.
Soy Ignacio Molina. Escribo y doy talleres literarios, entre otras cosas. Me podés encontrar en Instagram: @ignacio._molina, y en Facebook con mi nombre. Mis últimos libros fueron publicados por @falsotrebol_ed.
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En los viajes a La Angostura yo, contra toda lógica, en vez de gastarme los rollos Kodak de 36 fotos en paisajes me los gastaba en retratar a mis amigos en interiores. Este es Maxi tirando facha en un aula de la escuela en que parábamos:
Esta foto es en exteriores pero sin paisaje. El de arriba soy yo y el del medio es Maxi: