Un lector y cuatro deseos
Sinestesia Salvaje es un diario sobre cosas que leo, miro y escucho. Esta semana, entre otras: un viaje en el 15, una escritora amiga, un accidente, una fuerza involuntaria y la segunda dosis.
Viajaba aburrido en la última fila de un 15 cuando algo me llamó la atención: el muchacho que se había sentado a mi lado, junto a la ventanilla, abrió un libro y se puso a leer. Lo que me llamó la atención fue que el libro era la última novela de una escritora que tengo de contacto en Facebook. Entonces volví a mirar el teléfono y la casualidad hizo que diera con su última publicación: la escritora se quejaba del aumento descomunal de la tarifa del gas en su departamento de dos ambientes. Y aunque una sola vez hablé personalmente con esa chica y nunca interactuamos demasiado en las redes sociales, me sentí en la obligación de hacerle saber lo que pasaba: un par de veces amigos y conocidos habían hecho eso conmigo (avisarme que alguien estaba leyendo un libro mío en un colectivo o en un bar) y me había puesto contento: es lindo saber que mientras, por ejemplo, te quejás por el aumento de la tarifa del gas, aquella concatenación de palabras que alguna vez salió de tu cabeza a través de las yemas de tus dedos, ahora, después de pasar por el proceso de edición, impresión, distribución y venta, está entrando a la cabeza de otra persona a través de sus ojos.
Entonces hice malabares para sacarle una foto al lector y a su libro sin que se diera cuenta y la subí a la publicación sobre la tarifa del gas con el epígrafe: En este momento un flaco en el 15 va leyendo tu novela. Y mientras esperaba la reacción de la autora quedé contento con esa acción, con esa especie de hermandad corporativa, hasta que empecé a perseguirme con algo: no era improbable que el lector fuera conocido de la autora o que al menos la tuviera de contacto en Facebook, y entonces le resultaría fácil darse cuenta de que el boludo que iba viajando a su lado le había sacado una foto sin su consentimiento, y pensando en eso yo, al ver que el pibe cerraba el libro y se sacaba el celular del bolsillo, imaginé que enseguida vería la foto en el comentario o que la autora le había mandado un mensaje para decirle algo así como che, el flaco que va al lado tuyo te acaba de sacar esta foto, pero no tuve tiempo de saber si pasaría algo de eso porque de la vergüenza me levanté y, aunque todavía me faltaban diez cuadras para llegar a mi casa, fui a tocar el timbre, bajé del colectivo sin mirar hacia atrás y al tocar el asfalto, medio segundo después de que un temblor me sacudiera todo el cuerpo, sentí cómo el mundo se oscurecía.
***
Lo siguiente que recuerdo es la cara del muchacho que había estado leyendo en el asiento de al lado recortada sobre un fondo blanco. Fue raro verlo de frente en vez de perfil. Por unos segundos me convencí de que estaba soñando pero el dolor de cabeza y los ruidos de la calle y las voces que me llegaban desde atrás me hicieron dudar. El pibe me dijo que no me preocupara, que estaba todo bien, y me explicó que una moto que seguramente estaba llegando tarde a entregar un pedido me había atropellado cuando bajé del colectivo lejos del cordón y me había hecho volar hasta la vereda, que él había visto todo desde el último asiento y había bajado para ayudarme y llamar a la ambulancia.
–¿Sos vos, no? –me preguntó con una media sonrisa un rato después, y cuando yo sentía cómo el dolor de cabeza era opacado por un calor que empezaba a cubrirme la cara él agregó: –Leí tu última novela y en el bondi me pareció reconocerte por la foto de la solapa pero no me animé a decirte nada –y sacó su celular del bolsillo para mostrarme mi propia cara de perfil, con una expresión de aburrimiento que me resultó extraña, ajena–, te saqué esta foto sin que te dieras cuenta y se la mandé a una amiga que también escribe y me confirmó que eras vos… Mi amiga es la autora de esta novela, ¿la conocés?
Lo que acaban de leer es “Un lector”, el relato más corto y “sinestesiable” de mi último libro de cuentos: “Todos los minutos para vos”. La semana que viene este newsletter volverá a su formato habitual, pero para esta edición se me ocurrió mostrarles otro tipo de textos y armar una SÚPER PROMO exclusiva para suscriptorxs: quien me regale 4 cafecitos o más puede retirar un ejemplar de ese libro por el barrio de Belgrano (CABA), y quien me regale 8 cafecitos o más puede retirar ese libro y también “El cuarto deseo”, una nouvelle anterior. Acá abajo va la foto de las tapas de ambos libros y a continuación el primer capítulo de “El cuarto deseo”. La promo es válida hasta el domingo 25/7 (el retiro, o el envío con costo, se puede efectuar más adelante). Obviamente, también pueden regalarme menos cafecitos y les estaré muy agradecido. ¿Dónde? Acá: CAFECITOS.
La noche en que cumplía cincuenta y dos años, mientras soplaba una velita clavada en una porción de torta de manzana en una parrilla de Pinamar, Alberto sintió, de una manera brutal, que ya no quería seguir compartiendo su vida con Norma. Antes, a ciegas, había pedido los tres deseos (que Huracán no se vaya a la B, que Ramiro sea feliz, volver a jugar a la pelota), y cuando abrió los ojos y vio la cara de su esposa volvió a cerrarlos para agregar un cuarto deseo: que Norma se muera.
Esas cuatro palabras que atravesaron su cabeza como un rayo impulsado por una fuerza involuntaria y se clavaron en su pecho con la potencia de una trompada lo dejaron paralizado. La inercia hizo que apagara el fuego de un soplido, que sonriera ante los cantitos de las mesas vecinas y que agradeciera los aplausos de su mujer y de Josefina y Daniel, la pareja amiga que había venido especialmente al festejo desde su veraneo en Mar del Plata, pero por dentro estaba congelado. ¿Cómo había llegado a pensar algo así? Si él no era un hombre violento ni un asesino ni odiaba a su esposa, ¿por qué había pedido un deseo tan terrible? Mientras tomaba el café y forzaba risas ante los chistes de su amigo, trató de convencerse, sin éxito, de que la muerte de Norma podría ser el mal menor en ese caso, de que mucho peor para ella sería seguir viva y sufrir por el abandono y el hecho de quedarse sola a su edad.
Al salir de la parrilla Alberto se alegró de que Daniel y Josefina hubieran aceptado su invitación a pasar la noche en el departamento en vez de en un hotel. Si bien hacía más de una semana que estaba a solas con Norma en Pinamar, ahora, después de la irrupción de ese cuarto deseo en su cabeza, no se imaginaba actuando de la misma manera. Ya ni siquiera podía mirarla a los ojos.
Cuando llegaban al auto de su amigo, Alberto se apuró a ubicarse junto a la ventanilla del acompañante y les abrió la puerta a las mujeres para que subieran atrás. En el corto viaje hasta el edificio, un poco mareado por el vino de la cena y el champagne del brindis, y haciendo esfuerzos para respirar por la nariz el aire de la noche, abrió la boca sólo para indicarle a Daniel qué calles tomar. Las mujeres hablaban sobre el perfume que tenía puesto una de ellas pero él casi no escuchaba el contenido de las palabras; sólo llegaban a sus oídos las texturas de las voces que dejaban en evidencia los dieciocho años de diferencia que había entre las dos.
Ya en el departamento, Norma abrió el sofá cama del living y con la ayuda de Josefina pusieron las sábanas. Alberto fue al baño y se metió en la habitación, se quedó en calzoncillos, se tiró en la cama y escuchó cómo su esposa les pedía a los huéspedes que se sintieran cómodos y les deseaba las buenas noches. Buenas noches, buenas noches de mierda, pensó él, con la mirada apuntando hacia la ventana abierta de par en par, mientras imaginaba la inmensidad del mar que empezaba a doscientos metros de ahí y sentía cómo la puerta se cerraba para dejarlo a solas con Norma, como cada noche desde hacía casi tres décadas, y ella se ponía el camisón y se recostaba a su lado para sacarse los restos de maquillaje con un algodón humedecido.
Soy Ignacio Molina. Escribo y doy talleres literarios, entre otras cosas. Me podés encontrar en Instagram: @ignacio._molina, y en Facebook con mi nombre. Mis últimos libros fueron publicados por @falsotrebol_ed.
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La imagen de esta semana es una foto que le saqué el miércoles al mediodía al estadio Monumental de River Plate cuando llegaba hasta ahí para que me aplicaran la segunda dosis de la vacuna contra el Covid:
Cuidá tu salud y la de lxs demás, y hasta la semana que viene…