Un momento crucial
¿La pelota entra o no entra? El tiempo detenido en la tarde más fría del año en lo más profundo del oeste del conurbano.
El que está agazapado detrás del arco y del cartel publicitario de Esco soy yo; a unos metros, también junto al alambrado, está mi hijo Fausto, y en la tribuna a nuestras espaldas unos sesenta integrantes (dirigentes, allegados y futbolistas no convocados) de la delegación de Excursionistas. Lo que todos estamos viendo, con el corazón en la boca, en la tarde más fría del año, es el desenlace de un tiro libre de Argentino de Merlo en el minuto 95 del partido que hasta ahora empatamos dos a dos. El jugador local que pateó desde casi el borde del área todavía mantiene su brazo izquierdo expectante, como si con él pudiera dirigir la parábola de la pelota. Es un momento crucial. El balón ya superó la estirada de nuestro arquero y se dirige al travesaño o a la red; no hay más opciones. En la siguiente fracción de segundo va a definirse el humor del resto de la jornada y de la semana y, resignificándolo todo, del día en general en nuestra memoria. Una jornada que había empezado temprano: yo había adelantado una hora el taller literario para poder llegar a tiempo a la cita; esa mañana había viajado con la computadora a la casa de mi mamá para después estar más cerca de la estación de Once, terminado el taller había tomado un subte hasta Miserere y después un tren hacia el Oeste, al llegar a Caballito le había mandado un mensaje a Fausto a su casa de Haedo para que empiece a caminar hacia la estación; en Ramos Mejía le había dicho que se suba al próximo tren, no lo había podido ver entre la multitud que subió en la siguiente y entonces a partir de ahí viajamos en vagones diferentes las cinco estaciones más hasta Merlo; en los colmados andenes de Merlo habíamos demorado unos siete minutos en encontrarnos entre la gente que subía y bajaba, habíamos comprado unos sánguches de miga y un agua en un kiosco y preguntado varias veces, hasta que nos pudieron tirar la posta, cuál era el colectivo 269 que nos dejaba en la cancha de Argentino, habíamos esperado unos quince minutos el ramal 3 y viajado otros quince minutos hasta bajar frente al club esperando que en el trayecto nadie se diera cuenta de que éramos visitantes, habíamos saludado y charlado con los compañeros allegados y dirigentes con la alegría de ya estar en el lugar indicado mientras almorzábamos los sanguchitos, habíamos entrado a la tribuna visitante y habíamos visto todo un partido en el que habíamos empezado perdiendo dos a cero al inicio del primer tiempo y habíamos celebrado con los puños cerrados el golazo del descuento y habíamos festejado con abrazos apretados el gol de la igualdad y habíamos visto cómo todo se encaminaba a un empate con sabor a victoria cuando un defensor nuestro cometió ese peligroso foul a la altura del área y yo había bajado hasta el alambrado y me había agazapado detrás del arco como si así pudiera ayudar a nuestro arquero. Todo eso —la justificación o la mala onda que iba a rodear en la memoria a todo eso— estaba en juego en esa fracción de segundo en la que todavía no se sabía si la pelota iba a entrar al arco para nuestra desazón o a pegar en el travesaño para nuestro alivio y nuestra alegría. Y también estaba en juego lo que sería la vuelta: el viaje en el auto del compañero que nos llevaría por la Autopista del Oeste hasta la a la altura del Hospital Posadas, la caminata de diez cuadras hasta un Mostaza donde merendaríamos unos tostados con jugo, las tres cuadras restantes hasta la casa de Fausto, mi caminata solitaria hasta la estación de Haedo, el viaje en tren hasta Once, el subte y la caminata hasta lo de mi mamá para buscar la computadora y el viaje en el colectivo 59 hasta Núñez. Todo eso, todo lo que había pasado y lo que pasaría, estaba puesto en juego en el momento del fotograma. La dirección de esa pelota, un par de centímetros más arriba o un par de centímetros más abajo, cambiaba todo en esa tarde fría de Merlo Norte, en ese sábado de invierno en lo profundo del oeste del conurbano.
(La pelota pegó en el travesaño).