Uy me puse filosófico
Sinestesia Salvaje es un diario sobre cosas que leo, miro y escucho. Esta semana, entre otras: Sur y Borges, la de Almodóvar y el tiempo, un cuento, conocer una cancha y la historia de Juan de Dios.
LUNES
En el ejemplar de la revista Sur de septiembre de 1961 que me regalaron hay, entre otras cosas, un cuento de Silvina Ocampo, un poema de Olga Orozco y una reseña de Joaquín Giannuzzi. Pero lo más interesante es el texto “Saludo a Borges” que leyó Victoria Ocampo en “una comida” en homenaje a Jorge Luis que le organizaron sus amigxs por haber recibido el Premio Internacional de los Editores (también conocido como Formentor) en junio de ese año. Ese Premio —compartido con el irlandés Samuel Beckett— fue lo que catapultó a Borges a la fama mundial (más de trece años después de haber publicado sus mejores libros) y lo que empezó a convertir a aquel Georgie tímido y empleado de bibliotecas en el Borges híper prestigioso en todo el planeta que hoy conocemos. Cito un párrafo de ese texto de Victoria:
“(...) Lo que de esta tierra, sin ir más lejos, ha conmovido al poeta en Georgie es lo mismo, en muchos casos, que nos ha conmovido a los habitantes de esta ciudad y de sus alrededores. No se trata de lugares de suntuoso esplendor como el Iguazú o los lagos del Sur. Se trata de lugares modestos, como Adrogué. Lugares de los que se podría decir lo que me dijo un gran metteur en scene del Colón: “Este decorado tiene que ser de un romanticismo modesto”. El Adrogué de Borges para mí se llama San Isidro; y para otros, probablemente, Tigre, Olivos, Morón, Temperley, San Fernando. ¡Qué sé yo! (...)”
En sus diarios titulados “Borges”, Bioy Casares cuenta:
“Mientras comemos, lo llaman por teléfono, de Radio El Mundo. Una señorita le anuncia que ganó el premio Formentor. Borges sospecha que se trata de una broma. BORGES: “¿Qué es ese premio?”. LA SEÑORITA: “¿Qué hará con el dinero, señor Borges?”. BORGES: “¿Qué es ese premio?”. LA SEÑORITA: “¿Qué hará con el dinero, señor Borges? ¿Viajará?”. BORGES: “Quizá llegue hasta Lomas [de Zamora] o hasta La Plata”. Silvina no duda de que es una broma. Con recelo esperamos al fotógrafo. Cuando llega, nos recuerda al periodista del final del Doctor’s Dilema. Fotografía a Borges en mi escritorio; a Borges con Silvina, mi padre y yo, a Borges recitando una balada en anglosajón.”
MARTES
Miré en Netflix la última película de Almodóvar sin saber que era la última película de Almodóvar. Me enteré de eso en los títulos finales; fue un ejercicio interesante que me libró de juicios previos (el sentido de su apócope, “prejuicios”, no es tan exacto). Lo que más me llamó la atención de la película es, como a muchxs, que parecen dos películas en una: la del culebrón del medio y la testimonial sobre los desparecidos de la larga dictadura franquista del principio y del final. Incluso, entre esos dos planos, cambian totalmente las locaciones y las maneras de hablar y comportarse de los personajes, como si fueran otros. En una nota de un diario español leí que efectivamente había sido así: Almodóvar planeaba filmar el culebrón y mientras lo hacía escuchó una historia sobre las fosas comunes y la incluyó en la película. ¿Está mal eso? No está ni bien ni mal, supongo: se trata de una película, no de una operación a corazón abierto donde primero hay que hacer una cosa y después otra cosa para que no se muera el paciente. ¿Pero por qué, como espectadorxs, o como lectorxs, nos preocupan tanto esas cosas y nos metemos en polémicas de Facebook al respecto? ¿Disfrutamos de las películas y de los libros y de lo que tengan para decirnos de la manera que quieran hacerlo, o estamos siempre en posición defensiva con miedo a que se rompan nuestras estructuras preconcebidas y en posición ofensiva para aclarar que aunque tal vez nunca hicimos una película ni un libro somos muchos mejores y la tenemos mucho más clara que aquellxs que sí las hacen? Uy me puse filosófico.
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MIÉRCOLES
En “Todo lo que confirma su existencia” (el primer texto publicado en Esdrújula, la revista-blog con textos de participantes de mi talleres literarios) Florencia Monti se pregunta, a través de su narradora, ¿dónde va a parar un muerto del que probablemente nadie más se acuerde?
Así empieza: “Abro la puerta. Ya pasaron tres empresas de limpieza a ocuparse del lugar pero el olor a encierro y humedad aún persiste. Prevenida, esta vez traje el desodorante de ambientes en la cartera. Era obvio que a este departamento me lo iban a asignar a mí, la empleada nueva de la inmobiliaria. El único sobrino del fallecido vive en el exterior hace varios años, sólo le interesa que se le diga cuándo tiene que viajar a firmar los papeles y que se haga la transferencia con el dinero de la operación a su cuenta bancaria. “Gastá lo que haya que gastar para dejarlo vendible”, me dijo en su último mensaje de Whatsapp (...)”
Se puede leer completo, clickeando acá.
JUEVES
El ataque con misiles a Kiev me hizo pensar que en unos meses van a cumplirse cuarenta años de la guerra de Malvinas, tal vez mi recuerdo histórico más antiguo. Yo estaba en el último año del jardín de infantes, una tarde unos soldados que se iban a las islas fueron a visitarnos al patio del jardín y les regalamos chocolates y cartas y un día los ingleses amenazaron con bombardear Bahía Blanca y hubo que hacer todo un operativo de oscurecimiento para que desde los aviones no nos descubrieran (escribí una especie de cuentito al respecto que creo que ya pegué en otra edición de Sinestesia, por eso no lo hago ahora). Pero la reflexión no venía por el lado de la guerra sino por la locura del paso del tiempo: me parece increíble que entre el 2002 y el 2022 exista la misma cantidad de tiempo que entre 1982 y 2002. Tal vez porque los recuerdo con más nitidez, los últimos veinte años me pasaron mucho más rápido que los veinte anteriores, de los que tengo pantallazos, flashes, recuerdos concretos pero otros muchos otros más difusos, como si hubieran sido vividos por otra persona (sobre todo los de la década del ochenta). También me resulta extraño pensar que entre 1982 y 2022 hay la misma cantidad de tiempo que entre 1942 y 1982. Pienso, por ejemplo, en mi mamá llevándome a comprar chocolates para los soldados, y calculo que mi 1982 de ahora es su 1942 de se momento, un año en que la vida civil de la Argentina era totalmente otra: todavía faltaban tres años para que existiera el peronismo y todo lo demás que vino después. En fin: el paso del tiempo es algo que siempre me obsesiona; me la paso calculando, por ejemplo, cuánto tiempo pasó de tal cosa y cuántos años voy a tener dentro de ese mismo lapso de tiempo si es que llego vivo, y cosas así.
VIERNES
Veo en cine.ar “Veredas”, una película de Fernando Cricenti. En una escena el muchacho y la chica caminan por una vereda y él le dice que es escritor. “¿Y qué escribís?” “En ese momento estaba escribiendo una novela.” “Ah, autobiográfica seguro... viste la moda de los escritores jóvenes que escriben todo autobiográficos, son ególatras, no sé...”
SÁBADO
Una tarde del 2008 fui a entrevistar para la revista Noticias a una modelo al hotel General Paz (al llegar me enteré de que era un albergue transitorio; rara locación elegida por su representante) y al volver caminando hacia la estación de Sáenz Peña pasé por la cancha del club Ferrocarril Urquiza, cuyo pasillo de entrada es parte de la estación Lynch de la línea Urquiza. Por entonces y desde varias décadas antes el club era de los peores de la Primera D, pero unos años después se fusionó con la UAI y ahora, gracias a la plata de la universidad, milita dos categorías arriba: en la B Metropolitana. Hoy Fausto quiso ir a conocer esa cancha y fuimos al partido con Ituzaingó. Por la precariedad del estadio (le dicen, supongo que con sorna, “el Monumental de Villa Lynch”) y por la escasa cantidad de hinchas (menos de doscientas personas) la UAI Urquiza debería seguir en la Primera D. Creo que había más banderas en el alambrado que gente: trapos de Lynch, Sáenz Peña, Santos Lugares, Martín Coronado. En el entretiempo algunos hinchas históricos decían que “los pibes” tenían que volver a la cancha, que en el barrio había muchos con la camiseta del Furgonero pero que ya no venían a la cancha, que había que ir a organizar choripaneadas con esos pibes y hacerlos venir en caravana y cantando. Otros decían que eso era inútil, que la llegada de la UAI les había dado ascensos pero les había quitado la mística. En el segundo tiempo Ituzaingó metió un gol de contraataque y se quedó con los tres puntos. Fausto charló con un viejo (bueno, no sé si tan viejo, capaz que tenía ocho años más que yo) sobre el partido contra Defensores de Belgrano donde “perdimos” el ascenso a la B Nacional. A la salida, cruzando las vías, dos personas nos preguntaron cómo había salido Urquiza y se me vino a la cabeza el muchacho gordo de Central que grita “¡andá a la cancha, bobo!”.
DOMINGO
En el verano de 1987, a mis diez años, pasé todo enero en la casa que alquilaba la mamá de mi mejor amigo en Monte Hermoso. Ahí conocimos a un chico de nuestra edad llamado Juan de Dios, que era de Bahía pero vivía en el pueblo. Lo que me llamaba la atención de Juan de Dios era su nombre y su altura: me sacaba una cabeza. Una década más tarde Juan de Dios (Cansina) empezó a ser conocido en Bahía porque jugaba al básquet en Olimpo y después en varios equipos de la Liga Nacional (lo vi jugar en vivo un par de veces cuando jugó en Estudiantes). En el 2003, en el diario local, Juan de Dios contó que su nombre de nacimiento era Mario Oscar Vogel y habló sobre su traumática adopción y sobre su cambio de identidad cuando tenía siete años. En esa nota habló mal de su familia biológica y muy bien de su mamá adoptiva, Luisa (recuerdo esa nota; una de mis lecturas diarias desde que existe Internet es la sección de deportes de La Nueva Provincia). Este año Juan de Dios quiso conocer a su familia biológica y con una dirección que había conseguido en algún momento le pidió a Fernando Rodríguez, el autor de aquella nota del 2003, que lo acompañara y documentara el encuentro. Hoy el periodista publicó esta nota en la que el ex basquetbolista conoce a sus tíos biológicos (que, curiosamente, son medio hermanxs de su madre desde diferentes lados), que le cuentan que ella murió en el 2014 a los 62 años pero con una edad mental de 13 y que su nacimiento (el de Juan) fue producto de una violación de alguien que se aprovechó de su retraso madurativo. Quien quiera leer la emotiva nota, puede clickear acá. En una parte, cuando su “nueva” tía le dice que sabía que en algún momento él vivió en la calle Chancay, Juan de Dios, como yo en la entrada del jueves, recuerda algo sobre los soldados que se iban a las Malvinas: “¡Sí señora! En la última casa. ¿Sabés por qué me acuerdo? Porque en el ’82 pasaba el tren, muy despacito, con los soldados que iban a la Isla, Luisa les compraba cigarrillos y yo les hacía dibujos.”
Ahora googleo su nombre y encuentro una anécdota sobre cómo Luisa lo ayudó en el arreglo de su primer contrato profesional:
“Me llaman de Sunchales porque querían que vaya a jugar a Unión y les digo 'bueno dame un segundo y llamame'. Corto el teléfono y le pregunto a mamá '¿Dónde queda Sunchales?' Buscamos un mapa hasta que lo encontramos. Me dice 'traeme una regla'. Se la llevo y empieza a medir cuánto había de Bahía Blanca a Junín donde yo estaba jugando y luego midió de Bahía Blanca a Sunchales. Y me dice 'de Bahía a Junín hay 10 centímetros y de Bahía a Sunchales hay 30 centímetros así que si vos ganás 700 en Junín vamos a pedirles el doble. 'Es mucho mamá' le dije. Llamo y le digo 'quiero ir' y me preguntan cuales son mis pretensiones. Tomo aire y le digo.... 2500. Me responden, 'tómese un colectivo que lo esperamos'. En realidad era más del triple, ja. Corté, nos abrazamos y saltábamos. Fue increíble.”
Si algún día, autogoogléandose, Juan de Dios llega a leer esto, que reciba un gran abrazo de este fugaz y olvidado amiguito de aquel verano del 87 en Monte Hermoso.
Soy Ignacio Molina. Escribo y doy talleres literarios, entre otras cosas. Me podés encontrar en Instagram: @ignacio._molina, y en Facebook con mi nombre. Mis últimos libros fueron publicados por @falsotrebol_ed.
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Una foto de una foto en Villa Lynch: