Quien más quien menos, las personas organizamos nuestras vidas con rutinas cotidianas. Por ejemplo: te despertás a las ocho, desayunás con tu pareja lo mismo que ayer y que mañana, te vestís con un determinado estilo, vas en auto a trabajar escuchando siempre la misma radio o la misma música, estacionás en el mismo lugar, hablás siempre de los mismos temas con tus compañerxs, al mediodía scrolleás Instagram y subís dos fotos a las stories, hablás o chateás con tus dos o tres amigos, navegás por las mismas páginas, te hacés mala sangre con las acciones del gobierno, rumiás pensamientos que te vienen dando vueltas, planeás las dos o tres alternativas usuales para el fin de semana, en la merienda lees dos páginas de una novela policial, te entusiasmás con determinado pasatiempo…
Y sentís que eso es lo establecido, que eso es tu vida y que así va a ser siempre, que todo eso que venís armando o que se viene armando no va a cambiar (o que al menos vos no estás trabajando para eso). Pero de repente, siete años después, abrís los ojos y estás en un mundo completamente diferente: te despertás a cualquier hora y ya ni vivís en el mismo lugar, la persona que te acompañaba todo el tiempo ya desapareció de tu vida, el lenguaje y los códigos que compartían se esfumaron, trabajás en otro lado o incluso, tal vez, en otro rubro, te vestís de una manera diferente, tus amigos tuvieron hijos y ya casi no te hablan pero te hiciste nuevos, las cosas que te indignan o convocan ya son otras, te fanatizaste con músicos que antes no sabías que existían y dejaste de leer, los gobernantes a los que apoyás o insultás ya son otros, te asombra o te avergüenza pensar cómo usabas las redes sociales, abjurás de los pasatiempos o de las pasiones que te envolvían…
Por supuesto que esos cambios no se dieron en bloque y de un día para otro sino que se fueron dando de a uno y paulatinamente (es como cuando mirás tu placard y te das cuenta de que no tenés ni una de las prendas que usabas y te identificaban hace quince años y no podés darte cuenta de cómo o cuándo las fuiste tirando o regalando y cómo fueron llegando ahí todas las que tenés ahora). Y cada uno de esos cambios implicó algo: un desgarramiento, una alegría, un dolor, una esperanza, un duelo, un crecimiento, un aprendizaje.
Existe la creencia popular de que el cuerpo humano cambia todas sus células, y por ende se renueva totalmente, en ciclos de siete años. Este atractivo mito, que nos lleva a pensar que es posible convertirnos en personas nuevas, está basado en una interpretación de los procesos de regeneración celular (la realidad es que las células de nuestro cuerpo tienen diferentes ciclos de vida y no se reemplazan todas al mismo tiempo).
Vamos cambiando totalmente y sin darnos cuenta pero al mismo tiempo seguimos siendo lxs mismxs.
Entonces, un día cualquiera, te despertás en la comodidad de una rutina mirando con nostalgia, extrañeza o incredulidad la que tenías hace unos años (como cuando mirás fotos viejas y no podés creer ese look ni ese peinado ni esos gestos y que vos seas esa misma persona), sin darte cuenta de que no estás en un presente establecido para siempre sino en el pasado que en un futuro va a poder ser mirado de la misma manera. Porque aun lo que parece más estático está siempre en movimiento, porque todo cambia aunque no lo notemos, porque incluso cuando dormimos totalmente quietxs y sin sueños siempre algo está naciendo y algo está muriendo en nuestro interior.